Se dice, siempre en tono optimista, que la tercera es la vencida.
Espero que sea el caso, al menos para quienes ya tuvimos la oportunidad de recibir la tercera dosis contra la COVID-19, llamada de “refuerzo”.
Como es natural, se acude siempre a los centros de vacunación con emociones encontradas. Hay expectativa, un poco de nervio.
Pero en este caso hubo también incertidumbre, porque fuimos precisamente los mayores de 60 años con los que se inició el proceso de inoculación, hace nueve meses. Aquellos ingratos recuerdos permanecen.
Miles tuvimos el infortunio de haber sido convocados el 31 de marzo en las instalaciones de Ciudad Universitaria de la BUAP, para la aplicación de lo que fue la primera dosis.
Escribí aquella vez (Crónica de una vacuna anunciada, o del caos total) los detalles de aquella fatídica mañana, que había sido precedida de errores en los mensajes oficiales y por fallas en el sistema electrónico para obtener los turnos de atención.
Transcribo a continuación la parte medular de mi relato publicado en esa fecha:
“El despertar del pasado lunes fue distinto. Después de poco más de un año de riguroso confinamiento, de un cansancio mental que parece llegar al límite, la proximidad del momento para recibir la primera dosis de la vacuna nos hizo ver la luz matinal con otro brillo. Parecía un día esperanzador…
Atrás quedaban las sinuosas jornadas de encierro, el alud de las cifras que avasallan, incluso las torpes confusiones e irreverencias de un López-Gatell que todos desean –algún día– sea juzgado. Al fin la vacuna está en Puebla capital para atender a los adultos mayores de 60 años.
O una parte, solamente, porque la convocatoria expedida otra vez de manera irregular contempló sólo a un segmento de las colonias del sur. Para entonces, en Puebla ya habíamos pasado la experiencia del desorden absoluto en San Andrés Cholula, a un proceso poco más ordenado en la etapa subsecuente que abarcó nueve municipios colindantes.
Tras un fin de semana de optimismo, llega el día indicado. Es lunes 29, inicio de la jornada de vacunación. Un despertar distinto.
…Cientos (¿miles?) de personas en un pulular desconcertante.
Largas filas en todos los sentidos.
El altoparlante que repetía incesantemente los documentos que había acreditar era la única guía. Nadie para informar, orientar, encauzar.
Los rayos de sol pegaban con brutal inclemencia.
En la fila de la izquierda, gente formada con cita para las 13 horas; la de la derecha, en doble sentido, para las 14 horas. Otros con turnos previos o posteriores, caminaban atropellándose.
Sus rostros son de desconcierto, van de un lado para otro.
Han pasado más de dos horas y seguimos en el mismo sitio.
Autos en doble fila, claxonazos, vendedores ambulantes y puestos de frutas, aguas de sabores, tortas. Todo un tianguis.
Los reclamos son unánimes.
‘¿Con quién podemos quejarnos?’, grita un joven de humilde apariencia que lleva a su madre anciana casi en vilo.
‘¡Carajo, qué desmadre!’, dice otro al notar que las filas como serpentinas se entrecruzan, no llevan a ninguna parte.
Abunda la gente mayor, 70, 80, 90 años, no todos en condiciones de soportar la alta temperatura, la impaciente espera.
Muchos se sostienen en bastones, otros de plano van en silla de ruedas, pero no hay opción para ellos. El trato es inmerecido.
Siguen los tumultos. Todos se arremolinan.
‘Tanto tiempo cuidándome y ahora me voy a contagiar aquí’. Y es que, para colmo, no hay, un solo instante, la tan invocada sana distancia.
Nadie quiere perder su sitio, pero aun así abundan los gandallas.
El sol empieza a ceder, pero aun molesta.
Ya es vano saber cuánto tiempo ha transcurrido, cuando al fin la fila avanza, y en su caracoleo, otra vez el desorden.
‘Caminen, caminen, caminen…’
La puerta 4 se ve más cerca, al fin unas vallas y el acceso al estacionamiento de la Arena BUAP, previa dosis de gel y satinizante.
Una fila más, que equivale a otra hora. O más, pero a estas alturas ya no importa. Ahí si ya todo organizadito. Al transitar el interior del inmueble, mesas con gel, vasos de agua, sillas.
Los brigadistas Correcaminos, con sus uniformes pulcros; algunos militares a distancia, como vigías. Personal de Protección Civil, cadetes de la Policía Municipal.
¿Qué hacen todos adentro, mientras el caos está allá afuera? En esa reflexión, el turno para la vacuna. Una amable enfermera aplica de modo insensible el tan ansiado piquete.
Media hora de espera precautoria, entrega de papeles y la constancia de vacunación. Es todo, muchas gracias. Un día distinto. Y pese a todo, muy esperanzador”.
Hasta aquí la remembranza de aquella amarga experiencia, que afortunadamente no volvió a repetirse.
Después de ese penoso incidente, las jornadas de vacunación fueron corrigiendo errores, hubo mayor planeación, el delegado en Puebla de Bienestar de ese entonces fue removido y –hay que decirlo– el gobierno estatal, a través de un muy eficiente secretario de Salud, se involucró activamente en la organización.
Ya en la aplicación de la segunda dosis, en mayo de este mismo año, se mostraron notables mejorías.
Hoy las jornadas son estupendamente bien ejecutadas. Se aprecia orden, estrategia, coordinación institucional y la misma voluntad de hacerlo bien, como fue el caso que pudimos atestiguar el pasado jueves al recibir la tercera dosis de “refuerzo”.
Lo visto en el Hospital del Niño Poblano este fin de semana fue ejemplar. Esta vez los adultos mayores fueron tratados con el orden, esmero, respeto y dignidad que se merecen.
Por supuesto, como desde la primera vez, vaya un inmenso agradecimiento al todo el personal médico y de apoyo que no se ha doblado tras la fatigosa y solidaria tarea que desempeñan.
La tercera, dicho con optimismo y con la esperanza de que pronto podamos vencer al maligno virus, fue la vencida.