A poco menos de dos meses de su aparición, ya es uno de los libros más vendidos. Amazon, la firma estadounidense líder global en comercio electrónico, lo sitúa ya en el primer lugar.
Esta novedad editada por Grijalbo que está causando furor es obra del politólogo Luis Estrada. Se titula “El imperio de los otros datos. Tres años de falsedades y engaños desde Palacio”.
Se refiere, desde luego, a las conferencias “mañaneras” del presidente Andrés Manuel López Obrador.
A manera de presentación, el texto dice en su contraportada: “Falsedades, inexactitudes y mentiras dichas por el presidente de la República. Las conferencias matutinas de Andrés Manuel López Obrador se convirtieron en el imperio de los otros datos”.
Y añade: “El mandatario prometió que las mañaneras serían una herramienta de transparencia, pero desde el día uno de su gobierno devinieron en instrumentos de propaganda y desinformación”.
“Luis Estrada, director del centro de análisis Spin, ha llevado la cuenta –día a día y palabra a palabra− de las imposturas del presidente en la primera mitad de su gestión, de los enemigos que ha fabricado y de las guerras que ha alimentado con sus palabras”.
“En este libro enumera y analiza, así, las obsesiones de López Obrador, sus terrores, sus fantasmas, la ligereza con la que habla, el frío de sus acusaciones y los engaños que ha elegido difundir”.
Ciertamente, los datos que ofrece en su libro Luis Estrada son por demás contundentes. En su conteo de tres años, detectó más de 70 mil afirmaciones falsas o engañosas. Algo así como 90 por cada conferencia de prensa.
Su trabajo permite acreditar que en la narrativa presidencial hay todo un caudal de mentiras absolutas o dichos que no pueden probarse, que es uno de los recursos más utilizados, así como promesas absolutamente incumplidas.
Estrada relata también las maniobras que se utilizan para aparentar que las sesiones ante la prensa transcurran sin contratiempos y parezcan verosímiles. La más evidente es seleccionar a los “periodistas” –la mayoría de medios digitales de dudosa procedencia– que acuden a las conferencias, a quienes se acomoda en los primeros asientos. Nueve de cada diez preguntas provienen de las dos primeras filas de reporteros y son ellos los que casi siempre plantean las preguntas a modo. Le ponen el balón al presidente para que remate a gol sin problema alguno.
Los temas son elegidos con antelación y puestos en la mesa por los virtualmente “paleros”, en perjuicio de los asuntos de verdadero interés, y en tiempos de conflicto se inducen asuntos que se sabe causarán revuelo para desviar la atención. Los clásicos y efectivos distractores.
No obstante, y contra lo que se cree, el autor asegura que las mañaneras no necesariamente imponen agendas mediáticas. Según su análisis, sólo el 6% de los contenidos impacta o aparece al otro día en la primera plana de los diarios.
Asegura también que el rating de las mañaneras ha ido en franco descenso. El gobierno federal presume que las ven “millones”, pero no es así. En Facebook, por ejemplo, de los 8 millones de seguidores que tiene, sólo las sigue un el 6%.
Una encuesta a finales del año pasado reveló que un 9% de los encuestados había visto “alguna vez” en vivo la conferencia matutina. El 69% dijo que no. En general son hombres de entre 30 y 49 años los que la siguen; la mayoría con estudios universitarios y de clases media y baja, casi en todos afines a Morena.
También señala que las conferencias no son un instrumento de medición para el gobierno de la 4T, pero arroja elementos relevantes. Pese a lo prometido, no son eventos de rendición de cuentas. Menos un ejercicio de transparencia. Es más, lo que el presidente dice genera tanto ruido que con frecuencia llega a opacar sus propios logros, de modo que se revierte en su perjuicio ese poderoso instrumento de comunicación, único en el mundo.
No obstante, el autor reconoce la capacidad comunicativa del presidente. Aunque a veces se equivoca, es hábil para posicionar la temática, desviarse de los asuntos torales y contar anécdotas, chistes o referencias históricas. Aun así, ha entrado a una etapa de desgaste. Recicla su discurso y eso lo agota.
Luis Estrada no es el primero en analizar el tema. Aunque el rigor de su trabajo sustentado en la estadística lo hace el más analítico y completo, las “mañaneras” del presidente han sido motivo de estudio por parte de comunicólogos, académicos y diversos organismos.
Es el caso de la agrupación civil Causa Común, que también realizó un minucioso cotejo de los dichos por el mandatario y miembros de su gabinete en 420 conferencias “mañaneras”.
De su revisión se derivaron casi 2 mil solicitudes de información, que tiene el carácter de pública, y como resultado de su indagación se concluyó que el 57 por ciento de las afirmaciones divulgadas no pudieron probarse al carecer de sustento documental, mientras que del otro 43 por ciento que fue respondido con la información requerida, no se pudo obtener su veracidad con la certeza suficiente.
Por su parte, en su estudio Juan Jesús Garza Onofre, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, describe las conferencias matutinas como una oportunidad en la que el presidente Andrés Manuel López Obrador “…emite opiniones, dicta órdenes a sus subordinados, presenta videos, escucha canciones, divaga ocurrencias, imparte lecciones de historia, comparte el micrófono con otros funcionarios; en pocas palabras, inicia lo que podría ser considerado un espectáculo disfrazado de rueda de prensa…”
El académico sostiene que aunque “se ha dicho que ejerce su derecho de réplica, que se trata de un diálogo circular o del ejercicio del derecho a la información, todos estos argumentos son falaces. El presidente, cuando habla desde Palacio Nacional, lo hace con toda la investidura presidencial, y se olvida que, por su condición de autoridad, no ejerce la libertad de expresión, sino que cumple con su deber de informar”.
“Así, al supuestamente comunicar a destajo, al querer comportarse como un ciudadano más, el lenguaje político del presidente se confunde y se empieza a tergiversar y lo que comenzó como un acto de comunicación política ha llegado a rayar en acciones como estigmatizar y descalificar a medios y periodistas, funcionarios, gobernadores, jueces, abogados, y cualquier individuo que no le simpatice al dueño de las mañaneras”.
¿Qué son entonces las mañaneras? ¿Actos de propaganda, arma para atacar en forma despiadada a sus oponentes, oportunidad para hacer proselitismo político? ¿Tribuna gubernamental convertida en púlpito? ¿Una evidencia de que el mensaje es lo importante, aunque construya falsas realidades?
El libro de Luis Estrada ayuda mucho para entender esas y otras más interrogantes, aunque todavía quedan muchas dudas que sólo el tiempo podrá dilucidar. Mientras tanto queda gravitando la afirmación de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler: “Una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad”.