Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Fue, la que concluye, una semanita de ajetreos.
El sismo del pasado lunes nos tomó desprevenidos a todos.
¡Otra vez, el 19 de septiembre!
Ni el más perverso guionista lo hubiera previsto así, para una cinta sobre desastres, tragedias y terremotos.
Con todo y su dura réplica, tres días después –y otra inclusive más leve este mismo sábado–, es inevitable que la memoria retorne al pasado: el otro del 19 de septiembre de 2017 y, por supuesto, el devastador de 1985.
No hay explicación científica que lo sustente. La probabilidad de que se repitiera otro sismo en la misma fecha era mínima: algo así como del .000007%… y ocurrió.
“Una desagradable coincidencia”, dicen los expertos.
Por reincidentes, cada quien resguarda esos incidentes en el baúl de sus recuerdos.
La propia, al menos en el ’85, es ya imborrable.
Tres lugares específicos donde años antes había pasado largas jornadas de trabajo en la capital del país, quedaron en ruinas: la oficina de deportes de Televisa y las áreas de comunicación del ISSSTE y de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.
Amigos, compañeros de profesión, familiares, perdieron la vida.
En ese año, la sede central de la Procuraduría General de República, donde laboraba sobre el Eje Central, debió mudarse por daños estructurales a un nuevo recinto, sobre la avenida Reforma.
Las vivencias y los dramas sociales, que se vivieron durante las semanas siguientes en la capital del país, son indelebles.
Años después, otro enorme sobresalto, ya en Puebla, fue el del 15 de junio de 1999. El terremoto que impactó duramente en la entidad nos sorprendió en el restaurante del último piso del Hotel Crown Plaza, sobre la avenida Hermanos Serdán.
Aquella vez el escenario se tornó patético por el intempestivo corte de la energía eléctrica, crujidos sobre las paredes, derrumbe de lámparas y lozas, así como gritos de los comensales.
Prácticamente a gatas, unas 20 personas salimos por la escalera de servicio del área de cocina, hasta alcanzar la planta baja.
Tal vez deberíamos estar acostumbrados a los movimientos telúricos, a sabiendas que habitamos en una zona de alta sismicidad, pero el susto cada vez que ocurre es inevitable.
Hay ahora, por fortuna, una mayor cultura de la prevención y la autoridad hace su parte con adiestramientos y la cada vez más frecuente instalación de alarmas. Nada más puede hacerse.
Pero hay otro tipo de sismos que también asustan y amedrentan.
Los que ocurren en la vida política, por ejemplo.
En esta semana que termina el zangoloteo llegó a los extremos, derivado por la obsesión del presidente Andrés Manuel López Obrador para que se apruebe su reforma legal, que permita a las Fuerzas Armadas mantenerse hasta 2028 en labores de seguridad pública.
Esto significa, en la práctica y aunque no se reconozca, militarizar la seguridad, por encima de la autoridad civil.
El esfuerzo de las huestes morenistas en acopiar los votos necesarios en el Congreso para aprobar la propuesta, fallido en su primer intento, no hizo más que exhibir la podredumbre de la política nacional.
Más allá de una lucha de corte ideológico, de principios o de interés nacional, lo que traslució fue otra cosa.
Desde el desprecio por la legalidad de la 4T, al promover una iniciativa a todas luces inconstitucional, hasta la traición protagonizada vergonzosamente por el dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno. Cual Judas, salvó su pellejo tras acusaciones por varios delitos y faltó a su palabra con sus aliados al PAN. Un asco.
Y en ese trance, hubo otros más que también han ensuciado su moral y su buen nombre a cambio de viles monedas, como el senador panista Raúl Paz Alonzo, quien cambió de bando a última hora para sumarse a la 4T; o la diputada priísta Yolanda de la Torre, que se prestó para aparentar ser la autora de la iniciativa para ampliar a 2028 la presencia de la Guardia Nacional.
Tras ser vilmente “usada” para promover esa propuesta, que rompió la moratoria constitucional de la coalición Va por México y suspender sus acuerdos de coalición y sabedora que no tiene forma de dar la cara en el Congreso, la legisladora anunció este viernes que solicitó licencia a partir del lunes entrante por tiempo indefinido, pero se irá a su natal Durango para emprender “proyectos personales”.
Y qué decir del burdo y abierto involucramiento del secretario de Gobernación Adán Augusto López para tratar de convencer a que Senadores de la oposición que apoyaran la iniciática presidencial, cabildeo que finalmente resultó infructuoso.
Todo un cochinero que magnificó aún más el propio presidente López Obrador, al plantear hábilmente este viernes que la permanencia del Ejército y de la Marina en tareas de seguridad pública hasta 2028 sea consultada a la población.
Sabe AMLO que las fuerzas armadas tienen la simpatía popular y juega con eso.
En el fondo, lo que propone es que se pregunte al “pueblo sabio” si se aprueba violar la Constitución.
Y provocativamente, AMLO lo hace, incluso, sabiendo que la ley federal de consulta popular prohíbe expresamente abordar temas relativos a la seguridad nacional y la organización, funcionamiento y disciplina de las Fuerzas Armadas.
Toda una aberración.
Así las cosas, tras un fallido intento, la iniciativa volverá a ser votada en los siguientes días y es muy posible que con algunos ajustes, que serán presentados este lunes, a final de cuentas sea aprobada.
Las fuerzas armadas, como de facto lo han venido haciendo desde hace muchos años, estarán en las calles en tareas de seguridad por un largo tiempo más, pero por desgracia nada habrá de cambiar.
Mientras no hay un viraje drástico en la estrategia y se deje en el olvido la ridícula premisa de “abrazos, no balazos”, seguiremos padeciendo altos índices de inseguridad, aumentarán las muertes dolosas y las grandes mafias de la delincuencia organizada habrán de mantener su dominio sobre amplias zonas del país.
Y eso es de espantarse.
Tanto como en los sismos, que seguirán también siendo parte de nuestra existencia.