Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Obstinado como es, pero además persistente en su incondicional apoyo a todo lo que provenga de la 4T, un amigo de mucho tiempo, cuya identidad omito y al que aprecio muy encima de algunas diferencias, trató de burlarse al decirme que el pasado domingo hubo menos poblanos en la movilización a favor del INE, que en la marcha del pasado mes de noviembre.
“¿Qué les pasa, ya se arrepintieron tan pronto?”, me preguntó por la vía del Twitter.
No tuve empacho en aceptarlo, –cierto que esta vez se entumieron un poco los protestantes–, pero aun así le repliqué que hubo mucha gente en el zócalo poblano y que el ambiente que privó fue de mucho ánimo, además que a diferencia de otros eventos similares, no había ningún acarreado ni llevado por precarias dádivas o falsas promesas.
“Varios cientos, o miles, estuvieron ahí por voluntad propia y bajo su amplia convicción de que las reformas electorales aprobadas son contrarias a la voluntad popular y en perjuicio de la institución que garantiza la supervivencia de la democracia en México”, le dije.
“Ahí te mando unos videos –rematé– para que veas cómo estuvo la movilización en la Ciudad de México y en otras entidades del país. Casa llena en lo que fue una gran jornada ciudadana”.
Ya no obtuve respuesta.
Sirva este breve relato anecdótico para subrayar que finalmente, es poco o nada relevante que aun persistan varias controversias mediáticas sobre la cantidad de personas que salieron a las calles ese domingo. Hacerlo, no hace más que soslayar las causas y el fondo del acontecimiento.
El presidente Andrés Manuel López Obrador dijo al respecto, por cierto, que él había llenado esa plaza en más de 60 ocasiones, lo cual aun siendo cierto (que es de dudarse), no debe menoscabar la concentración del domingo porque, como bien se asentó, “no fue ni gremial ni sectorial, ni partidista, sino absolutamente ciudadana”.
El tema me parece toral y por eso reincido en abordarlo.
Lo que habría que valorar ahora es que de manera creciente y consistente está germinando una conciencia social que no había, o que estaba pausada inexplicablemente, y que su posible florecimiento es fundamental en la actual coyuntura del país.
Tal parecía que nos habíamos olvidado salir a las calles en tono de protesta, cualquiera que sea la razón cuando nos parece justa, y hacer valer el derecho a las libertades de expresión y manifestación que la Constitución consagra.
El motivo del enojo ciudadano esta vez fue, en buena medida, por la forma ventajosa con la que legisladores de Morena respondieron con su Plan B, tras la fallida intentona de modificar la Constitución para, prácticamente, extinguir al Instituto Nacional Electoral.
Con ello, argumentaron a sobremanera, se ahorrarían varios miles de millones de pesos.
Cierto que el INE es oneroso, pero en un afán de corregirlo había otras maneras, mucho más políticamente civilizadas y no mediante la imposición de una mayoría de legisladores que concedió su voto sin ponderar siquiera el alcance y los efectos de sus iniciativas.
¿Qué hubiera pasado si de manera conjunta, con el apoyo de especialistas financieros, se hubiera planteado a tiempo una reestructuración administrativa del INE, que incluyera la reducción de sueldos de los consejeros?
¿Qué acaso todas en las etapas previas en las que se han aplicado reformas al sistema electoral no hubo participación de todos los partidos, discusiones, argumentaciones, y decisiones consensuadas?
¿Por qué ahora no?
Es innegable que la reforma aprobada de manera unilateral recorta el presupuesto, el personal y las atribuciones del Instituto Nacional Electoral, lo que pone en alto riesgo al órgano autónomo que organiza las elecciones y eso no solo vulnera la autonomía e independencia de nuestras instituciones, sino que atenta contra la democracia.
El tema, se esperaba, ya rebasó fronteras.
No sólo la movilización del domingo se destacó en medios extranjeros, sino que mereció comentarios del Departamento de Estado estadounidense, que se dijo estar atento de los sucesos relacionados con la reforma electoral mexicana.
El secretario Antony Blinken, aseguró que “Estados Unidos apoya instituciones electorales independientes y bien dotadas de recursos que fortalezcan los procesos democráticos y el Estado de derecho”.
Eso no gustó de este lado.
“Le digo al señor Blinken que hay más democracia en México que en Estados Unidos (…). Es porque aquí gobierna el pueblo, allá la oligarquía”, contestó el presidente López Obrador.
Pero qué necesidad. Inútil y vano engancharse en esa disputa transnacional, como tampoco sirve volver a cuestionar la manera en que se estigmatizaron a quienes organizaron y acudieron a la movilización del domingo pasado. (“Conservadores, farsantes, delincuentes de cuello blanco, etc., etc.)
Eso de exhibir sus fotos, uno por uno, como si fueran miembros de un Cártel de la delincuencia organizada, fue excesivo, más que la habitual rudeza innecesaria con la que la 4T afronta a quienes no están de acuerdo con todo lo que hagan.
Quedémonos por ahora únicamente con lo rescatable de la exitosa expresión ciudadana que todos vimos, y con la esperanza de que por la vía legal, a través de la máxima instancia que es la Suprema Corte de Justicia, las cosas se acomoden en el lugar que corresponde.
Confianza en la ley, en las instituciones.
Lo demás vendrá en consecuencia.