Sí, ya sabíamos desde hace tiempo que el proceso electoral de este año será el más grande la historia.
Y que por ese rasgo, la elección sería diferente.
De ahí el calificativo de que estaríamos frente a unos comicios “inéditos”.
Sabíamos también que a esa singular dimensión se le sumarían las inconveniencias de la pandemia de COVID-19.
Y que entonces habría campañas electorales cortas y con poca disposición de recursos, lo que hacía suponer que serían distintas; más intensas, inteligentes y propositivas que las tradicionales.
Y que en ese contexto, la contienda electoral sería fragorosa, de alta escala, porque finalmente lo que está en juego es el control político y la conquista del poder con miras a la sucesión presidencial.
Casi casi, el todo o nada.
Todo eso lo sabíamos, pero la realidad es que a poco más de dos semanas para la jornada electoral, el ambiente político no logra despertar el interés ciudadano.
Las campañas proselitistas, que son el espacio para conocer proyectos y propuestas, están por concluir y estamos ya a casi dos semanas de la jornada electoral.
Ante esa inminencia, ¿qué se puede divisar de las campañas?
En el panorama nacional, además de muchos heridos en el camino tras el saldo negro del derrumbe del Metro, a un presidente involucrado sin recato alguno en los comicios.
Lo hizo primero con duros cuestionamientos a la autoridad electoral y ahora empujando con todo para tirar a un par de candidatos de la oposición.
Otra cosa parecía cuando hace meses convocó a gobernadores y los hizo firmar una carta para cuidar la democracia y hacer que las elecciones fueran limpias, sin injerencias de los gobiernos.
Hubo quien lo creyó, pero sus alusiones a la elección durante las conferencias “mañaneras” han sido frecuentes.
Ahora el propio AMLO acepta que “está metiendo la mano” en el proceso electoral e incluso que tuvo que ver con que la Fiscalía General de la República, por medio de la Fiscalía Electoral investigue a los candidatos a gobernador de Nuevo León, Adrián de la Garza, por el PRI, y a Samuel García de Movimiento Ciudadano, por posibles delitos electorales.
Y además señaló que no puede ser cómplice del fraude electoral, por el presunto uso ilegal de las llamadas tarjetas rosas, canjeables como apoyo social en caso de que ambos candidatos ganen.
Así seguirá, lo asume. “Lo seguiré haciendo”, advirtió.
Tal injerencia ha llegado a extremos peligrosos.
Lorenzo Córdova, consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, dijo en la víspera que las amenazas al órgano electoral surgidas de la descalificación directa y estridente del proceso electoral desde la máxima tribuna del país, son contrarias a la democracia, mientras que la polarización política, un factor normal en las campañas, se ha visto aderezada por la intolerancia.
Las posiciones políticas de descalificación al árbitro electoral “son parte de la pasión política, pero es muy delicado cuando la pasión política desborda los límites legales”, advirtió.
Lo que se observa ahora también, es un creciente índice de violencia política.
De acuerdo al último reporte de mayo de Etellekt, empresa consultora especializada en análisis de riesgo, los hechos violentos contra políticos y candidatos se ha disparado en el periodo de campañas, al registrar 476 sucesos delictivos, con un saldo de 443 víctimas, 79 de ellas mortales, cifra 64% mayor comparada al mismo periodo del proceso electoral 2017-2018.
Apenas la semana pasada, Abel Murrieta Gutiérrez, candidato de Movimiento Ciudadano a la alcaldía de Cajeme, Sonora, fue ultimado en la calle en pleno evento de campaña.
Veracruz encabeza los mayores incidentes, pero hay otras regiones donde el peligro inhibe a candidatos. En Guerrero, por ejemplo, donde al menos 26 de ellos pidieron escoltas para hacer campaña, mientras que otros de plano abandonaron contienda.
Por otro lado, también se puede colegir la precariedad de los partidos políticos en sus argumentos de propaganda. Más allá del ataque frontal a la 4T, no hay ideas ni proyecto alternativo.
Fuera de los spots que nadie ve ni escucha, su obsesionada lucha es por el poder como valor supremo, pero capitalizando solo los tropiezos del rival.
Y qué decir de los aspirantes, que a falta de contenidos y de ofertas de campaña, dan pena al caer con frecuencia en el ridículo.
¿Quién es peor: el que te mienta la madre o el que le dice a reporteros que no contesta mamadas?
¿El que se disfraza del chapulín colorado o el que regala “gorras y gorritos”, es decir, condones?
¿El frustrado aspirante pedófilo, el que ameniza sus eventos con teiboleras o aquel que baila con una burra?
Total, campañas vacías, huecas, sin propuestas de valor, desapegadas a los principios básicos del marketing político y peor aún, desaprovechando las múltiples herramientas digitales que ahora existen, y que son más que fundamentales en estos tiempos de restricciones por la pandemia.
La batucada de errores y omisiones se ha traspuesto a nivel nacional y Puebla no es la excepción, incluso aquí pareciera que ni siquiera campañas hay.
Cuando se creía que veríamos una disputa local sin precedente entre los grupos morenistas ahora en el poder y los aliados (antes antagónicos) PAN y PRI y lo que resta del PRD, resultó que no fue así.
No al menos con la intensidad y la beligerancia esperada.
La atención mediática y el pulso de lo que se aprecia en redes sociales, está más bien centrada en las disputas partidistas, donde Morena lleva la pauta tras un muy desaseado y hasta ilegal proceso interno para elegir a sus candidaturas.
Sin reglas claras y la falta de transparencia dieron pie a la imposición, incluyendo la designación principal, la del Ayuntamiento de Puebla, lo que luego facilitó el agandalle para la repartición de las diputaciones plurinominales.
La división entre dos grupos claramente identificados desvió la posibilidad de una contienda partidista abierta y franca y de campañas que encendieran el interés ciudadano, al menos en los municipios conurbados y en las diputaciones de la capital.
A falta de actores políticos con estatura política y moral y a la ausencia de discursos propositivos, lo que se percibe a dos semanas de la jornada electoral es un inmenso vacío.
Ya contra el reloj, si acaso el interés mayor se concentra en la disputa del ayuntamiento de la capital poblana, donde la alternativa es la reelección morenista de Claudia Rivera, con todos sus asegunes, y el retorno del panista Eduardo Rivera, ahora también con el PRI.
Y desde luego, la expectativa de cómo se conformaría el Congreso federal y el local, cuyos candidatos en su inmensa mayoría desconocidos o paralizados, hicieron poco o nada en la desperdiciada etapa de campaña que está por concluir.
Veremos si eso es suficiente para calentar los ánimos y alentar al voto.