Por: Daniel Aguilar Twitter: @Danny_aguilarm
2, 2 y 2
Ya, basta de polémica, difícilmente volveré a hablar del tema de por qué Barry Bonds y Roger Clemens no fueron inmortalizados. Principalmente porque no hay un argumento que me convenza de lo sucedido. Sólo quiero hablar de él y el tamaño de lanzador que siempre será.
Era la época negra del beisbol dominada por los Yankees. El equipo más ganador tenía al pitcher número uno como as de su rotación y recuerdo muy bien esos juegos, cuando por la señal de Televisa Deportes el maestro Pepe Segarra se refería a él como El Lord del Ponche.
No era nada delgado e incluso podríamos decir que era un poco gordillo. Calentaba y su forma de lanzar era elegante, el guante sobre su rostro, sus ojos fijos en el receptor y una poesía a la hora de hacer la mecánica. Terminaba de calentar y se dirigía al Monument Park para persignarse ante la imagen de Babe Ruth, entre grandes se entendían.
Era un lujo verlo lanzar, al día de hoy mi papá me hace burla porque imprimí cohetes para pegarlos en la puerta tras un ponche cada que subía Clemens a lanzar. El gran número 22 en su espalda imponía a propios y extraños. No era humano, me queda claro.
Tenía un temperamento bárbaro y único. Lo recuerdo en aquella bronca cuando Pedro Martínez tiró a Don Zimmer. La máxima rivalidad del béisbol se vivía intensamente, como lo ha marcado la historia y cuando nadie lo esperaba, le lanzó a la cabeza al mismo Manny Ramírez. Lo retó, no se inmutó, ese era el Cohete.
En aquel Clásico de Otoño de 2000, en la Serie del Subway, el segundo duelo fue prácticamente una joya, limitó a los Metropolitanos a un par de hits hasta la octava entrada, siempre él, y su particular forma de lanzar. No se necesitaba más, no volví a ver una actuación titánica en Serie Mundial por parte de los Yankees hasta A. J. Burnett en 2009.
El ponche 4 mil y el triunfo 300 llegaron el mismo día. Lo recuerdo bien, ante los Cardenales, llovía y Édgar Rentería se paraba en la caja. Lo consiguió ante la Casa que Babe Ruth ayudó a construir, Jorge Posada se dirigió al centro del diamante para felicitarlo y su gesto fue un “gracias, sigamos”.
Se fue en 2003 luego de perder la Serie Mundial ante Marlines, ahí Miguel Cabrera escribió su nombre en letras de oro, le pegó al Cohete. Todos creímos que era el fin y no, volvió con los Astros, ganó otro Cy Young y los llevó al Clásico de Octubre junto a su fiel amigo Andy Pettitte, vaya dupla. Los Medias Blancas tenían otra ideas, pero el Lord del Ponche había vuelto justo como nos acostumbró.
Entonces, un domingo ante los Marineros de Seattle, la voz del Yankee Stadium interrumpió el protocolo de la séptima entrada para solicitar dirigir su mirada al palco del equipo… alguien estaba en casa. Roger Clemens regresó al Gran Circo de Nueva York.
Una temporada juzgada, pero lo recuerdo en la postemporada con la espalda destrozada, haciendo su último lanzamiento con el corazón y logrando algo que nos acostumbró: un ponche.
Dijo adiós y todos lo sabíamos, era inmortal, Cooperstown lo esperaba para su ingreso. El día de hoy eso no fue posible ya, el Salón de la Fama alberga una esperanza en el comité de peloteros, por lo demás la puerta está cerrada.
Si no pasa, para mí, junto a Maddux son los lanzadores más dominantes de su generación. Y sobretodo mi favorito: Roger Clemens.