Habría que estar pendientes este mismo lunes del anuncio que hará el gobierno estatal, respecto a las medidas de inmediata vigencia para garantizar la seguridad en el estadio Cuauhtémoc, sede del Club Puebla, actual invicto y líder de la Liga MX.
Se trata, desde luego, de una respuesta natural tras los penosos incidentes ocurridos hace una semana en Querétaro, que detonaron una realidad subestimada sobre la violencia que imperó impunemente durante años en distintas plazas del futbol nacional.
No ha sido Puebla, por fortuna, escenario de incidentes en los que ocurran trifulcas en las graderías, aunque tampoco hemos estado exentos, porque históricamente han ocurrido varias broncas, como aquellas entre porristas poblanos y aficionados del ahora desaparecido Veracruz, incluso –no hace mucho– se desató aquí una batalla campal en la zona del estacionamiento, por citar sólo algunos casos.
De cualquier modo, es relevante que en ámbito de su responsabilidad sea la autoridad local la que asuma la coordinación entre las distintas instancias para que, de una vez por todas, haya normas y protocolos muy puntuales que inhiban toda posibilidad de hechos violentos.
De las reuniones convocadas por el gobierno estatal, a las que ha acudido el propio mandatario Miguel Barbosa con autoridades municipales, concesionarios del estadio y directivos del Club Puebla, se puede adelantar por lo pronto la decisión de impedir el acceso al Cuauhtémoc a los llamados grupos de animación de los equipos visitantes.
Tal medida es fundamental, porque justamente han sido esos grupos –conformados en su mayoría por jóvenes de poco escrúpulo– los que históricamente han promovido incidentes y enfrentamientos afuera y dentro los estadios.
Seguramente tendrán que imponerse a corto y mediano plazo otros lineamientos de control, como la posible identificación facial o de otro tipo para acceder al estadio, como la aplicación del llamado Fan ID, que obligará a los aficionados a registrarse con antelación para obtener un código QR, sin el cual no podrán ingresar a los juegos.
Otro aspecto que se ha considerado tiene que ver con la necesidad de regular la venta de alcohol y es posible, como ya se decidió en San Luis Potosí, se suspenda la venta de cerveza una vez que concluya el primer tiempo de los partidos.
En este caso habría que preguntar si aplica también para los propietarios de los palcos, quienes suelen introducir bebidas alcohólicas varias, en cuyo caso el de la propia directiva camotera no es el mejor ejemplo.
Se supone también que se habrán repasado los protocolos para facilitar la movilidad de los aficionados, porque suele haber un inexplicable desorden, sobre todo en el caso de los accesos, así como también frecuentes casos de aficionados que ocupan asientos o plateas que no son de su asignación y no hay nadie que los mueva.
Y ni se diga lo que ocurre en la zona de estacionamientos, que son a todas luces insuficientes y que han sido generoso negocio para grupos de vivales, quienes cobran 50 pesos por acceso, sin ofrecer ninguna garantía de seguridad para los vehículos y usuarios.
Ya estaremos pendientes de las normativas que se anuncie, pero en cualquier caso no puede perderse de vista que la violencia de algún modo está implícita en el deporte, tratándose en esencia de una disputa, una rivalidad, una contienda de unos contra otros.
Ese factor de confrontación hace que frecuentemente las pasiones se desborden y se llegue a los linderos de lo que podríamos entender como violencia, cuya acepción más simplista indica que es el “uso de la fuerza para conseguir un fin”.
Cierto que no hay fanatismo o fidelidad a un equipo que pudiera justificar cualquier violencia, así sea física o verbal contra alguna persona, que pudiera ser un aficionado del equipo contrario, pero lo cierto es que el ambiente de rivalidad estará siempre gravitando en los escenarios.
Quienes han tenido largas travesías por distintos escenarios deportivos sabrán de lo que estoy hablando. Al menos en mi caso, acompañado siempre por uno de mis hijos o con algunos de mis hermanos, con los que comparto gustos futboleros, he sido testigo o víctima de sucesos nada gratos.
Uno de ellos –debo decirlo– ocurrió en el mismo estadio Cuauhtémoc y lo protagonizó un muy alto directivo del equipo Puebla, cuyo nombre me reservo. Ese rijoso personaje agredió muy groseramente a uno de mis hermanos por festejar un gol a favor del equipo rival. Nada ocurrió después, pero esa actitud debiera excluirse de cualquier escenario deportivo, más cuando se trata de un directivo.
Hace algunos años nos tocó también presenciar una golpiza a pocos metros de nuestros asientos, en el entonces estadio Azulgrana de la capital del país, en un partido Atlante-Ciudad Madero. Casi en nuestras narices, porristas del equipo propiedad entonces del Sindicato de Pemex vapulearon a tres aficionados atlantistas, que festejaban un gol a favor.
Esa ocasión debimos salir por piernas, cuando esos tipos –sin miramiento alguno– lanzaron hacia las tribunas botellas de vidrio de las decenas de cervezas que habían bebido durante el partido.
No fue la única ocasión que debimos salir apresuradamente de un estadio. En Ciudad Nezahualcóyotl varios porristas de aquel bravo equipo de Neza nos identificaron como aficionados del Atlante y nos arrojaron lo que los aficionados conocen como “agua de riñón”. Todo quedó en una persecución, pero el susto fue mayúsculo.
La peor experiencia que tengo en la memoria, aunque no fue propiamente una reyerta, pero sí un lamentable suceso producido por la incompetencia de los organizadores, ocurrió hace ya casi 37 años en el estadio México 68 de Ciudad Universitaria.
Aquella vez se jugó la final entre el América y Pumas de la UNAM, pero debido a un todavía inexplicado sobrecupo, centenares de personas quedaron atrapadas en uno de los oscuros túneles de acceso. Debido al atropellamiento y la falta de oxígeno, ocho personas perdieron la vida por asfixia y hubo un buen número de heridos. Ninguno de los asistentes imaginamos lo que había ocurrido durante el partido, pero la depresión y tristeza vino después, al saber los incidentes de esa horrible tragedia y los riesgos a los que nos habíamos sometido.
Sean pues bien acogidas todas las medidas preventivas que sean decididas en Puebla, cuando de lo que se trata es garantizar la seguridad y comodidad de los aficionados y de todas las familias que acuden a los estadios y a cualquier otro espectáculo masivo.
Bastante violencia hay en nuestro entorno como para permitir que las actividades de diversión y esparcimiento también sean sometidas