Por: Mario Galeana
Había un río. Y el sonido del río trazaba tan claro el afluente del agua que al cerrar los ojos aún era posible verlo. Había un río y había pájaros. Y el sonido de los pájaros revolvía el aire de todas las mañanas. Había un río y había pájaros y había caballos. Y sus cascos caían con tan fuerza que estallaban las piedras que se cruzaban por el camino.
Había una ciudad antigua que se llamaba Puebla. Y en el año de 1890, en la última década del siglo XIX, el centro de la ciudad se escuchaba exactamente de ese modo, según una reconstrucción sonora elaborada por el productor radiofónico Andrés Gaspar Robles.
El oyente del siglo XXI, acostumbrado al ruido de los autos arañando el asfalto, afirmaría que el sonido de esa ciudad fincada en el pasado era demasiado pacífico. Reunía el afluente del Río San Francisco, el trajín de los caballos, el ulular de las aves en los árboles y la caída de las botas sobre la maleza.
El paisaje sonoro recrea el andar de una persona en dirección al Antiguo Colegio del Estado, donde hoy se ubica el Edificio Carolino, y el trazo del Río San Francisco con dirección al oriente. Reconstruye una ciudad en donde lo único que permanece hasta hoy es el tañido de las campanas de la Catedral.
Para crear el proyecto “¿Cómo se escuchaba Puebla? Reconstrucción Sonora de la Puebla Antigua”, que fue financiado por la Secretaría de Cultura bajo el programa Cultura en Casa, el productor radiofónico hizo una investigación meticulosa de los usos, hábitos, medios de transporte, fuentes fluviales y cambios en la arquitectura del Zócalo y el Barrio de San Francisco.
El sonido de la ciudad, de los automóviles o los teléfonos celulares, es un invento del presente. Y ahora, para regresar al pasado, sólo hay que ponerse los audífonos.