Mario Galeana / Fotos: IMACP
En Puebla se baila tango.
Y se baila en las calles, sobre las ramblas del Paseo Bravo, donde una veintena de personas se desliza al vaivén de este ritmo picadito, abrazadas una contra la otra, creando una ronda que avanza en el sentido opuesto a las manecillas del reloj. Un baile que planta cara al tiempo y a los estertores de la ciudad.
La llaman milonga urbana, y ses la expresión social del tango llevada al espacio público. Las milongas llegaron a Puebla hace menos de veinte años, al ritmo de un par de maestras argentinas que comenzaron a enseñar la técnica entre algunos, y desde entonces suelen realizarse en bares, restaurantes y casas particulares.
Ahora el ritmo ha resbalado hasta las calles, y con ello las tres generaciones de milongueros que se han venido formando esperan que a más personas les pique el alacrán, que es como suelen decir cuando el germen de la milonga se instala en un cuerpo y no lo abandona más.
“El tango es un camino de ida. Yo nunca había bailado en mi vida y en el tango encontré mi expresión. El tango es exponerte a tu vulnerabilidad, a la incertidumbre del siguiente paso, porque es un baile de improvisación”, dice Brahim Zamora, que llegó al baile hace siete años y desde hace al menos cuatro musicaliza milongas con el sobrenombre de Batuque.
Zamora señala que hubo por lo menos tres razones de la comunidad en torno al baile para realizar la milonga urbana en conjunto con el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (IMACP), y una de ellas fue la intención de dar conocer que en Puebla también se baila tango.
EL CÓDIGO EN EL BAILE
La milonga es un espacio que implica muchos códigos silenciosos. No se habla durante el baile puesto que existe una conexión muy íntima con la música que las palabras pueden llegar a romper.
Para invitar a alguien a bailar, basta una ligera inclinación con la cabeza y un contacto a los ojos; si la otra persona rehúye la mirada o dice no, no se insiste.
Las parejas forman una ronda que gira en el sentido opuesto a las manecillas del reloj, y lo principal de la milonga consiste en caminar al ritmo de la música, sin detenerse demasiado en las figuras o los adornos, puesto que eso interrumpe la fluidez del resto de las parejas.
La milonga se baila por tandas, y cada tanda está compuesta de tres canciones de la misma orquesta. Suele cambiarse de pareja por cada tanda, dado que parte de la riqueza es interactuar con el mayor número de personas a fin de descubrir la diversidad interpretativa de cada una, pero tampoco está mal visto si una pareja decide bailar exclusivamente entre sí.
Entre cada tanda hay una cortina, es decir, cumbias o salsas que se reproducen a fin de limpiar la pista. La milonga puede llegar a ser adictiva; no hay un horario específico. El baile dura lo que tenga que durar.
“Poca gente lo sabe, quizá porque no hay demasiado acceso a clases de tango, a diferencia de la salsa o incluso el danzón. En México tenemos la idea de que es un baile escénico o complicado, pero ese es el tango que se baila en el escenario; el tango milonguero, o tango de salón, es completamente distinto”, explica.
Esa distinción surge tanto del baile como de la música. La milonga desmontó viejos tangos y, con la cadencia de otros tipos de música sudamericana, adaptó las composiciones para crear piezas que se pudieran bailar.
Y para Batuque, el musicalizador, en cada milonga debe sonar al menos una tanda de tres canciones de las orquestas de Juan D’Arienzo, Carlos Lizardi, Aníbal Troilo y Osvaldo Pugliese, algunos de los compositores que adaptaron el tango clásico.
La segunda razón está ligada a la necesidad de crear un espacio institucionalizado para bailar tango, como ocurre en otras ciudades de América Latina. En Bogotá, por ejemplo, existe una milonga municipal, que es costeada por el gobierno de la ciudad. En otras ciudades mexicanas como León, Querétaro o la capital también hay milongas públicas, pero son gestionadas por colectivos o escuelas de baile.
“Se trata también de que el Estado reflexione sobre la necesidad de fomentar espacios para el baile, con todo lo que ello implique: la electricidad, la música, fomentar clases previas, la gestión del espacio público, el audio… se requiere de una movilización de recursos públicos. Esto no es iniciativa de alguien específico, es un esfuerzo comunitario”, recalca Brahim Zamora.
Las ramblas del Paseo Bravo fueron un lugar ideal para las milongas urbanas en Puebla, puesto que el baile requiere de una superficie lisa para poder deslizar las piernas y hacer distintas figuras.
“La comunidad está creciendo, pero el tema es que también la gente vea y se anime a acercarse al género. No es un baile que requiera un tipo de corporalidad o habilidad específicas. Bailar tango es caminar abrazados, y abrazar es algo que sabemos hacer todas las personas, no tiene límites en términos capacitistas. Hay gente que baila tango desde una silla de ruedas o con distintas enfermedades crónicas”, abunda.
Zamora asegura que, a raíz de la pandemia, muchas personas que participan en las milongas dejaron de asistir.
No sólo por las condiciones sanitarias, sino también porque muchas se enfrentaron a gastos económicos que hicieron cada vez más complicada su asistencia a los restaurantes privados en donde solían realizarse.
“Mucha gente no tiene dinero para ir a un restaurante a bailar y por eso mucha gente dejó de milonguear. Lo importante es que el dinero no se convierta en un límite para bailar, porque al final bailar es gratis. Con estos espacios se garantiza que la gente ejerza su derecho a la cultura y al entretenimiento”, agrega.
La siguiente milonga pública se realizará el próximo 19 de noviembre en las ramblas del Paseo Bravo. Se tienen programadas dos más el 3 y el 17 de diciembre.
Sin embargo, Brahim Zamora apunta que existe la intención de que se sigan realizando cada 15 días durante el próximo año; la comunidad milonguera también empieza a idear la creación de un festival dedicado al tango en la ciudad.