Hubo un tiempo en el que no se podía hablar con una persona al otro lado del mundo de forma instantánea. Un tiempo en el que viajar a otro país era una travesía que tomaba varios meses. Un tiempo de reyes y de reinas, y de ríos que partían una ciudad colonial en dos.
La talavera poblana proviene de ese tiempo. De una época que se puede palpar a través de la textura de los edificios y la memoria de los libros. Y del recuerdo heredado de un grupo pequeño de artesanos que moldea con pies y manos la madre de todas las cerámicas.
Hace años que las casas de talavera en Puebla han alertado sobre la extinción de la cerámica de estilo talaverano. No es que desaparezcan los insumos para fabricarla; es que cada vez son menos las personas que conocen su proceso.
De acuerdo con el Consejo Regulador de Talavera, durante el siglo XVIII hubo 60 talleres de talavera en Puebla, entre una población que no superaba los 55 mil habitantes.
Hoy en día, sólo hay nueve talleres certificados –tres más en proceso de certificación– en medio de un estado habitado por más de 6.5 millones de personas. Y de cada taller dependen, en promedio, 70 familias.
Sin mencionar que, según estimaciones del consejo regulador, operan entre 150 y 150 talleres que venden piezas que simulan ser talavera, pero que no emplean ni los materiales, ni la técnica, ni el tiempo que se requiere.
Frente a la aceleración de la vida de las ciudades y las personas, la fabricación de la talavera puede ser considerada una apuesta contra el tiempo: entre triturar el barro, moldearlo, convertirlo en cerámica, cocerla o dejarla secar por meses, decorarla, hornearla de nuevo y finalmente venderla, hay un proceso irrepetible que dura demasiado tiempo en una época caracterizada por lo instantáneo.
Ante esta posibilidad, la Casa de Talavera Celia y el Consejo Regulador de Talavera anunciaron la creación de una escuela pública para enseñar sobre las técnicas de la talavera.
Germán Gutiérrez Camacho, presidente del consejo regulador, resume la idea en unas cuantas líneas: “Es una escuela cien por ciento práctica. Aplican, se les hace un perfil y, si cumplen con él, avanzan. El compromiso es que asistan tres años en los que se les crea un portafolio de trabajo. Al finalizar, están preparados para trabajar en cualquier fábrica, sea como artesanos, procesadores de barros, conocedores de plomo o cualquier otro material que trabajamos”.
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La idea, en sí misma, no es nueva. En 2019, cuando la Unesco declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad la técnica de creación de talavera fabricada en Puebla y algunas comunidades de Tlaxcala, la Secretaría de Cultura del estado anunció una escuela de enseñanza para artesanos.
Pero la idea no prosperó o sencillamente no se materializó en algo concreto. Desde entonces, la extinción sigue al acecho.
Gutiérrez Camacho cree que hay un par de razones que han llevado a que la talavera se encuentre en esta condición: el recelo por la preservación de su técnica y la fabricación del plástico.
Hasta 1940, dice, la cerámica podía ser considerada un producto de primera necesidad: se hacían tazas y platos, enseres domésticos importantes para cada hogar.
Pero conforme el plástico comenzó a usarse en la fabricación de estos utensilios, la cerámica –y la talavera– se hicieron sustituibles por precio y practicidad de los nuevos objetos.
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Después, los talleres de la época comenzaron a restringir el conocimiento de la elaboración de la talavera, que ha permanecido idéntica desde el siglo XVI, de acuerdo con la investigadora Luz de Lourdes Velázquez Thierry, quien documentó los procesos artesanales en Puebla y México.
“Digamos que existía una casa de talavera Pepito”, ejemplifica Gutiérrez Camacho, “donde el abuelito sabía la fórmula y echó a volar dos generaciones de artesanos. Pero después los nietos ya no pudieron seguir con el taller porque el abuelito se fue a la tumba con la fórmula de los talleres y del esmalte. Eso fue lo que pasó con muchos”.
“Además, hubo mucha envidia, gente que no quería enseñar porque se preguntaba: ¿cómo le voy a enseñar a mi competencia? En general, no había la cultura de preservar la técnica”, dijo.
Por eso, dice, la escuela de talavera puede formar una nueva generación, y muchas otras generaciones de artesanos.
El presidente del Consejo Regulador de la Talavera reconoce, por otra parte, que montar un taller requiere de una inversión cuantiosa de recursos y de tiempo.
No sólo demanda lo necesario para la fabricación de las piezas de talavera, sino gestionar los trámites para cumplir con la Norma Oficial Mexicana 132, vigente desde 1998, que establece que las piezas deben ser de cerámica en su totalidad y hechas a mano con materiales y técnicas artesanales tradicionales.
Germán Gutiérrez Herrera, su padre, obtuvo este certificado en esos primeros años, pero comenzó su propio taller de talavera, Casa Celia, en 1992. Médico de profesión durante muchas décadas, su padre quiso tener su propio negocio, convertirse en empresario.
Así dirigió su mirada hacia la talavera. Desde que inició el taller, estudió por 30 años las cerámicas y las técnicas; invirtió en investigación, en artesanos, en químicos.
Ese tiempo le bastó para llegar a la conclusión de que “la talavera es la madre de todas las cerámicas que existen en México y América Latina”, dice su hijo.
Ahora, cada vez que puede, Gutiérrez Herrera, dice que los poblanos traen la talavera pegada a la piel. Inseparable, a pesar de la furia del tiempo.
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¿Cuál es el proceso certificado?
La talavera es resultado de la mezcla entre las culturas islámica y española. Tras la conquista, alfareros procedentes de Talavera y Andalucía migraron a Nueva España; muchos se establecieron en Puebla. Así inició la historia de la talavera poblana.
Aquí, un breve recuento del proceso que dura, en promedio, seis meses:
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1.- Se trituran y mezclan dos barros diferentes, uno blanco y otro negro. Se ponen a pudrir en depósitos de agua durante al menos dos meses. Después, el amasijo se coloca en pisos de ladrillo para eliminar el exceso de humedad.
2.- Comienza un largo proceso de amasado que se conoce como repisar, porque se hace con los pies y las manos.
3.- Después, comienza el moldeado, que puede realizarse en un torno o con moldes de distintas formas. Se dejan secar de uno a seis meses, dependiendo del tamaño de las piezas
4.- Cuando están secas, se colocan en un horno a más de 800 grados centígrados. Los ejemplares presentan un color naranja, denominado “jahuete”.
5.- Se lavan y se decoran con un barniz o esmalte que contiene plomo y estaño, y silicio. Esto es lo que le otorga a las piezas su vidriado, color blanquecino y brillo característicos.
7.- Las piezas atraviesan un proceso de esmaltado, que puede ser por inmersión o escurrimiento. Y se deja secar durante varios días.
8.- Luego se decoran con colores como azul gordo, azul fino, verde, amarillo, naranja y negro. La decoración puede ser libre o por repetición, como cuando se trata de vajillas.
9.- Terminada la decoración, las piezas pasan a una segunda cocción en horno a más de mil grados centígrados. Se deja enfriar y, finalmente, la talavera está lista.
¿Cuántos talleres hay de talavera genuina en Puebla?
Son nueve:
- Talavera Santa Catrina
- Talavera de la Reyna
- Uriarte Talavera
- Talavera de las Américas
- Talavera Armando
- Talavera de la Luz
- Celia Talavera
- Talavera Nueva España
- Talavera Virgilio
El más antiguo es Uriarte Talavera, establecido en 1824 como taller familiar por Dimas Uriarte. Fabrica unas 20 mil piezas al mes y casi la mitad se exporta a EU, África y Europa