Por: Dulce Liz Moreno
Artes gráficas, se les llamaba, porque a “diseño gráfico” le faltaban unos 15 años para gestarse como concepto y como término.
Pero era 1978 y a los impresores, fotógrafos y artistas plásticos de la época les parecía buena idea pedir a la Unesco que le diera a Puebla el título de Patrimonio.
Desde sus herramientas, sus lentes y sus propios ojos, una veintena se puso a trabajar por su lado, buscando hacer el caldo gordo a la iniciativa con tanto tesoro arquitectónico y ornamental.
Y a Adalberto Luyando padre (los mayores de 50 pensarán en el hijo, pero, no, se trata de la generación anterior) se le ocurrió hacer equipo con talleristas y algunos amigos. Y así nació el álbum fotográfico del que traemos este puñado.
Cada imagen es una muestra de la cultura de la impresión: fueron elaborados mil 20 ejemplares numerados e impresos; se eligió papel vellum lino como soporte, por la aborción de la tinta, y fueron encuadernados en piel entera por Rafael Rodríguez.
Las planchas originales fueron destruidas ante notario público, según consta en el acta 36,482 del volumen 310, del 1 de febrero de ese año.
Y los maestros impresores fueron Álvaro Jiménez, con su hijo homónimo y Juan Manuel Domínguez.
Por supuesto, el cuidado de la impresión lo llevó, con la lupa de 20 centímetros de diámetro de aquel tiempo, don Adalberto Luyando. Y el objeto de su primer volumen fue, ¡no podía ser de otra forma!, su querida, para entonces, Universidad Autónoma de Puebla.