Por: Dulce Liz Moreno
Fotos: Agencia Enfoque
Lo primero que hubo en este sitio fue una plaza de toros.
Alrededor, nada.
La ciudad de Puebla, hacia el sur, acababa en la ahora 11 Oriente.
Está consignado en el Archivo General Municipal de Puebla ese primer uso de lo que hoy es el parque del barrio de El Carmen.
En los documentos puede leerse, pero lo cuenta ameno y claro Adolfo Flores Fragoso.
Periodista en todas las plataformas de comunicación, su género favorito ha sido siempre la crónica y desde ese modo de ver, entender y difundir la información, vuelca narraciones en video para redes sociales, describe perlas de la Angelópolis para televisión y disfruta guiar recorridos por rincones que se le pide mostrar con detalle, visitas que terminan en “El realengo”, en El Carmen.
Su voz radiofónica relata la tarde de toros ocurrida ahí donde ahora hay fuente, árboles y bancas en la 16 de Septiembre entre 15 y 17 Oriente.
El regidor Hernando de Villanueva salió cornado por un toro. De gravedad. Imploró a la Virgen de los Remedios conservar la vida; para aquellos tiempos, 1547, pedía el equivalente a milagro.
Concedido.
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En gratitud, se propuso construir un templo para su salvadora. Pidió la donación de terrenos para ese fin y el Cabildo le entregó cuatro grandes predios, que ahora son la manzana que va de la 13 a la 15 Oriente, la del parque, la del templo que va de 17 a 19 Oriente y la que ocupa la más grande papelería del rumbo.
A Hernando de Villanueva, el dinero le alcanzó para llegar a la mitad de la construcción de la que sería Ermita de Nuestra Señora de los Remedios. El gremio de sastres le ayudó a terminar la capilla, modesta pero completa.
Y el obispo de Puebla Diego Romano cedió los predios a la orden de los Carmelitas Descalzos, que dirigieron la edificación del templo como hoy se conoce y el contiguo convento de varones.
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Lo hicieron con mano de obra indígena y negra.
“Los albañiles fueron traídos de Huejotzingo, Tlaxcala y hasta Texcoco; y os talladores de piedra, de Calpan”, refiere Flores Fragoso al mostrar que, al sur de la 19 Oriente, estuvieron las enormes huertas de los carmelitas –que sembraban, cuidaban y cosechaban las monjas de la orden, no los hombres– y detrás de ellas las viviendas de los obreros.
Contagiados de las enfermedades traídas por los españoles, los trabajadores indígenas se diezmaron. Entonces, llegaron albañiles de Cuba y África y se establecieron también hacia el sur de las huertas.
“De origen negro es Juan García de Céspedes, quien fue maestro de capilla de la Catedral”, añade Flores Fragoso.
“Tan dividida estaba la ciudad en clases sociales, que los indígenas sembraron de árboles la hoy 17 Oriente, desde el templo de El Carmen, hasta la ahora 11 Sur, como una especie de frontera fragante”.
No es casualidad que en la manzana que está frente a la fachada del templo, los vecinos cuenten historias de apariciones, ruidos extraños y movimientos inexplicables de objetos. Ese espacio, desde la banqueta, era panteón.
Y al final del siglo XIX, dejó de ser lugar para sepulturas. “Por eso, caminamos sobre muertos”, indica el cronista en la 16 de Septiembre.