Dulce Liz Moreno
Pumas de la UNAM, en 2007, pidió balones con su logo; Cocacola encargó los osos de su marca en 2012, Yakult mandó hacer los envases de su producto estrella para colgar de los árboles navideños.
Esas firmas se suman a la clientela que se multiplica desde los años 70 alrededor de los talleres familiares, individuales y con obreros que el mundo académico mira como un sistema local de producción peculiar.
Estudiosos de la BUAP y del Colegio de Tlaxcala examinan el fenómeno económico y de producción que ocurre en este municipio, antes maderero, que ahora se gana la vida dedicado de febrero a diciembre a etapas bien definidas de trabajo sobre vidrio, que incorpora desde gente dedicada al cartón y el plástico hasta alfareros para hacer moldes para diseños especiales.
Todo comienza con la burbuja de vidrio.
Antes que conocer las de jabón para jugar y corretear, los niños de Chignahuapan miran el proceso que permite la denominación de “artesanal” a la cadena de la economía de este pueblo mágico: se hace con aire humano, con la técnica de vidrio soplado con que en Siria se hicieron las joyas en el primer siglo de nuestra era.
Y la mano de obra tiene el mismo apellido: mamás, papás, hijos, sobrinos, hermanos, cuñados, sumados pero sin tarifas de salarios formales ni prestaciones, lo que mantiene en la precariedad a los parientes menos diestros en el proceso, revelan Claudia Montaño Pérez y Serafín Ríos Elorza, del Colegio de Tlaxcala, tras visitar una muestra de talleres.
Aún no se ha medido el impacto en la salud de la exposición al calor y a solventes químicos en espacios poco ventilados, pero los dos académicos alertan sobre jornadas de ocho y hasta 10 horas diarias de pie, en días de concentración de trabajo, que hacen la labor desgastante y con deterioro a la calidad de vida de los trabajadores.
La parte cara: la compra de materia prima y tecnología en Ciudad de México y Puebla.