El bar en una casa donde habitan niños es tan dañino como “invisible”, por la asociación del consumo de alcohol con diversión, fiesta y convivencia.
Esta es la lección que aprenden las familias con niños y adolescentes con problemas de adicción, intoxicación o alteración de la salud mental –depresión, ansiedad, compulsiones– por consumo de bebidas alcohólicas.
En esto coinciden el director en Puebla de los Centros de Atención Juvenil, José Antonio Vicuña y la terapeuta para adolescentes afecados por adicciones, Teresa Llonín.
Y explican, en sus ámbitos, que si a los 9 años inicia la experimentación con el alcohol en niños poblanos se debe a la presencia de bebidas en casa.
No se reduce a eso, pero se ha perdido la percepción de riesgo que representa tener botellas “de reserva”, “para cuando haya fiesta” en la alacena, “o incluido en sitios construidos y decorados como bares, y hasta en el gabinete donde se guarda la compra de alcohol, indica Vicuña.
“Los niños ven que el alcohol está presente en las fiestas donde hay diversión, se la pasa bien; es tan sociocultural que haya bebidas, que se vuelven parte de la estructura de la casa”.
Por la pandemia, los niños pasan más horas en la vivienda y conocen los rincones, explica.
Y, entonces, ante ansiedad o depresión derivadas de la presión de tener impedida la salida o por aburrimiento sin la convivencia anterior con amigos de su edad en la escuela –indica el especialista– los niños de 9 a 11 años llegan a descubrir la sensación de que se aligera o se desaparece el malestar interior al consumir alcohol.
De ahí a la intoxicación accidental, “porque las dosis que bastan para embriagar a un niño de pocos kilos son pequeñas comparadas con el consumo de un adulto”, hay pocos pasos.
El camino hasta la adicción también es corto. Los números del INEGI advierten de adolescentes que consumen todos los días algún tipo de embriagante.
A REVISAR BOTELLAS
Peligro adicional: los “poquitos” de las botellas, con luz y calor de sol, generan un cambio químico “y el líquido se vuelve metanol, tan tóxico que llega a causar la muerte”, indica Vicuña.
Por ello, recomienda revisar la fecha de caducidad del alcohol. “No tenemos esa cultura y ocurren accidentes lamentables, incluso la defunción de niños”.
NAVIDADES DE PESADILLA
Los niños son testigos del cambio de humor y el daño físico de los mayores que beben, y en caso de embriaguez continua o adicción, padecen un entorno que se desequilibra y en el que se les obliga a reaccionar en torno al bebedor de casa.
Así lo afirma Teresa Llonín, quien atiende en terapia a esos niños y adolescentes con trastornos en la alimentación, depresión o compulsiones generadas por la tensión que hay en una dinámica de consumo de alcohol.
“Y son agredidos por quienes deberían cuidarlos”, sea porque se vuelven agresivos, alterados por los tragos, o porque se quedan dormidos de embriaguez o tan distraídos, que adultos abusivos del entorno aprovechan la indefensión de estos niños.