Rodean al candidato que, para entonces, ya huele, políticamente, a muerto. Lo escuchan con atención, pero apenas se conmueven.
En la intimida intimidad, saben que ya no hay modo. Y que la derrota es tan inevitable como contundente. Lo sabe Melquiades Morales Flores.
Lo sabe Mariano Piña Olaya. Lo sabe Guillermo Jiménez Morales. Y lo sabe Mario Marín Torres, que apenas se asoma detrás de Francisco Labastida Ochoa.
Ellos, quienes fueron o serían gobernadores, le ofrecen carretadas de votos. Ellos, que representan y reencarnan a las fuerzas vivas del partido, volverán a hacerlo.
Puebla nuevamente se pintará de tricolor. Hablan, dicen, prometen… Pero no sucede. Y por vez primera en la historia, la oposición gana la Presidencia… y son echados a patadas de Los Pinos.
“PRI, Unidos por México”, reza la esquela en medio de tan tristes pompas fúnebres.