Un día dejaron la tierra que los vio nacer y enfilaron hacia el norte. Iban con el Sueño Americano entre ceja y ceja.
La pobreza, la falta de oportunidades, el ancestral rezago de sus comunidades fueron los motores de su obligado exilio. Como pudieron, cruzaron la frontera. Y se emplearon en lo primero que estaba a la mano.
Muchos se enrolaron en la industria de la construcción. Otros en el área de servicios, como meseros o garroteros.
Pero la mayoría halló en el campo un modo de ganar billetes verdes. Tomate, fresa, naranja, lechuga… fueron parte de la faena cotidiana.
Y el modo perfecto para enviar cada mes, religiosamente, remesas a sus seres queridos en Puebla. Eso, todo eso, hasta que el COVID-19 quiso.
Hoy se informa que 344 paisanos han muerto víctimas del virus y que 82 de ellos retornarán en los siguientes días en su respectiva urna, en busca de cristiana sepultura.
Un día dejaron la tierra que los vio nacer y a ella regresan, pero en forma de cenizas.