Ernesto Zedillo fue un presidente anticlimático.
Pocas emociones transmitía.
Incluso, para muchos resultaba antipático.
Frío, silencioso y calculador.
Pero con Puebla siempre cumplió.
O al menos lo hizo en las dos grandes tragedias que sufrió el estado en 1999.
Las lluvias en la Sierra Norte.
Y el terremoto de Tehuacán.
Esta imagen corresponde a este último momento.
Cuando vino a la capital para supervisar, junto con el gobernador Melquiades Morales, la devastación en el Centro Histórico.
Estuvo y no precisamente sólo para la foto, como otros.
Se comprometió y auxilió en lo que pudo y según las circunstancias.
Caminó las calles poblanas y no faltó quien le diera algún obsequio, que él recibió de buen agrado.
Como dicen por ahí: “Caras vemos, corazones no sabemos”.