En el Centro Histórico de Puebla capital no hay espacios libres: al zócalo no le queda ni un metro cuadrado libre para sentarse a descansar, platicar, comer o contemplar; en los portales se camina codo a codo, las peatonales están llenas como si fuera feria o fiesta y con el ruiderazo de las bocinas de los vendedores ambulantes, carnaval. Sin cubrebocas, algunos.
Con el barbijo puesto en las orejas pero cubriendo la papada, otros; con la nariz fuera, unos más.
Y hay a quien el hambre le rebasa por la derecha y opta por comer entre el gentío donde se cruzan todos los aires y vecinos de caminata estornudantes y tosientes.