El aeropuerto de Quito, Ecuador, se inundó de lágrimas. De nostalgia, alivio, esperanza. De temores concluidos, de luto en memoria de los arrebatados por COVID-19 en un lado y en el otro del Atlántico. Ayer reabrieron las llegadas internacionales en ese sitio.

Y los viajes de 12 y hasta 16 horas en el cielo concluyeron con la calidez de quienes van por su gente querida y abren sus brazos para cacharlos en las salas atascadas de carritos y maletas. Unos llegaron de Italia, otros de España, de Francia. Países Bajos. De conexiones operadas desde tierras africanas.
Los que viven donde se habla alemán, portugués, donde se compra con euros y se celebra que haya días en que nadie muera de coronavirus y se teme que la segunda vuelta del monstruo comience ahora mismo.
Ecuador, con una población similar en número a la del Estado de México, suma 4 mil fallecidos por la pandemia y se encuentra en estado de excepción; en ese país la cifra es la más grave en América Latina porque va después de Brasil, México y Perú y no hay punto de comparación entre el número de habitantes. Por eso la inundación. Por eso las palabras se quedaron atoradas y fluyeron por los ojos, hechas agua y sal.