Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara
Vivimos en una democracia de los incompetentes […] tenemos una ciudadanía que carece de capacidad por falta de conocimiento político, por estar sobrecargada, mal informada o ser incapaz de procesar la información cacofónica o simplemente desinteresada
Daniel Innerarity
En los tiempos de algarabía presidencial por los dos primeros años de la administración pública federal (que se cumplieron el 1 de diciembre de 2020), ha salido a la luz una serie de encuestas realizadas a la población sobre la satisfacción con el actual gobierno. Así, según ellas y sus resultados, esta satisfacción, desde los más “conservadores” hasta los más atrevidos, se encuentra entre el muy cercano 50% e, incluso –dicen algunas otras– por arriba de 70%.
Por lo cual, habría que preguntarse: ¿a quién encuestan? Ahora, todo da a entender que las democracias actuales son verdaderamente de “monitoreo”, por lo que parece, las determinaciones de los gobiernos, particularmente del federal, se realizan atendiendo a esa serie de encuestas y analizando, aparentemente, la opinión pública.
Sin embargo, habría que detenerse y analizar a quiénes están encuestando, pues de nuevo, parece que la imagen de estos datos (totalmente tecnificados) está muy lejos de la realidad social: un problema propio de la postmodernidad, donde se ve que la ciencia y los datos tecnológicos nos llevan a respuestas diferentes de lo que, en realidad, exige la natural convivencia de la sociedad.
Para respondernos la pregunta de a quién encuestan, debemos observar desde lo más profundo de estos estudios, tecnificados y científicos.
Ellos determinan perfectamente cuál podría ser el sesgo de los resultados dependiendo, por ejemplo, de dónde se hacen las encuestas.
Es claro que, si se requieren encuestas avasalladoras sobre un determinado resultado, es muy sencillo conseguirlas. Así, para saber el porcentaje de satisfacción en el futbol y para obtener una respuesta favorable, basta hacer una encuesta a la salida de un estadio de ese deporte. Desde luego, será contundente la respuesta a favor.
Lo mismo puede suceder con estas encuestas publicadas sobre la satisfacción del actual gobierno.
Habría que ver, primero, a quién están encuestando sobre el grado de satisfacción de la actual administración pública federal.
Porque no será lo mismo hacer esa encuesta a la salida del palacio nacional que en las banquetas de los hospitales, donde no hay medicinas, en la ciudad inundada de Villahermosa, en las carreteras de Sonora, colapsadas por retenes del pueblo yaqui, o afuera de las oficinas y órganos jurisdiccionales, que conocen de las controversias laborales y que están colapsados con demandas por desempleos a causa de la pandemia de COVID-19.
Es decir, habría que hacer la aclaración de a quién y dónde se hacen las encuestas, pues es muy sencillo que la respuesta sea favorable o negativa dependiendo de a quién y dónde se encuesta.
Por lo pronto, cabe resaltar que muchas veces, por la idiosincrasia del mexicano, por lo que ha indicado Octavio Paz en su magistral obra El laberinto de la soledad, a saber, por esa sensación “mexicanísima” de estar agachados”, para quedar bien o para evitar mayores controversias y peleas infructuosas, se dan respuestas improvisadas, es decir, en las rodillas para no comprometerse.
Lo que sí es una realidad es que la actual administración pública no debe confiarse de esas encuestas ni de los resultados que arrojan.
Basta recordar lo que sucedía en tiempos de don Porfirio Díaz, cuando él preguntaba la hora, le respondían: “La que usted indique, señor presidente”, lo que precisamente fue una de las causas por las que fue derrocado del poder.
Posiblemente, esas casas de encuestas arrojaron la respuesta en los mismos términos que las respuestas dadas en tiempos del porfiriato.
El hecho de no querer ver la realidad de la nación, de no tener los ojos puestos en las problemáticas actuales: desempleo, delincuencia organizada, inseguridad pública, falta de perspectivas del futuro, ausencia de oportunidades para instalar un negocio, fuga desmesurada de capitales, etcétera, es parte del inicio del fracaso y puede ser evidencia de que, en verdad, se está gobernando en otra realidad. (parmenasradio.org).