Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
El proceso electoral más grande y más importante de la historia de este México expectante se cumplió, y con él se alcanzaron varias metas políticas y sociales trazadas en el imaginario de una sociedad estratégicamente dividida en el momento más trascendente del país.
Más de 48 millones de ciudadanos decidieron no quedarse en la comodidad de la indiferencia y salir a marcar el inicio del cambio en esta sociedad polarizada.
Se venció al abstencionismo y se alcanzó el 52% de la lista nominal de electores en una elección marcada por una pandemia sin precedente en los últimos 100 años.
Sin embargo, y como lo proyectaban muchos, el partido en el poder al final se impuso de manera clara en los resultados para configurar la nueva Cámara de Diputados, para contratar a 15 nuevos gobernadores y para gobernar desde la posición mas cercana al “pueblo bueno y sabio”, alcanzando una basta cantidad de alcaldías.
No se alcanzó la mayoría calificada para hacer y deshacer a capricho en este vapuleado país; sin embargo, la mayoría simple es la plataforma idónea para tentar a la maquillada “oposición” y, doblegándola, comprando o convenciendo a un puñado de legisladores (tricolores de preferencia), alcanzar los 333 votos marcados por la ley aún vigente para modificar lo que sea un estorbo e imponer lo que sea necesario.
Se configuraron varios escenarios durante el proceso electoral del pasado 6 de junio. De lo más destacado: la copiosa participación de una clase media que en estos momentos ya tiene perfectamente claro que es ella el objetivo central en la transformación puesta en marcha.
La votación de mujeres y hombres, entendidos de la importancia de su participación en estas elecciones intermedias, logró una presencia histórica en las urnas que superó por mucho el tradicional 48 y 49% de votantes registrados como penosa tradición durante los llamados procesos electorales intermedios.
Jóvenes, adultos y ancianos ubicados en ese segmento poblacional lanzaron la clara señal de rechazo a un régimen que los tiene perfectamente ubicados y, por tanto, los señala, los estigmatiza por eso, por ser “aspiracionistas”. Sin embargo, los números, aunque destacables en cuanto a la participación, sencillamente no alcanzaron para condicionar verdaderamente a la llamada 4T.
El segundo escenario positivo fue, sin duda, que esa copiosa participación en las urnas mandó una clara muestra de que, pese a todos los esfuerzos, México es un país de instituciones, y por ello el Instituto Nacional Electoral gana con el rotundo respaldo de una sociedad interesada en el respeto a la autonomía de estos órganos.
El tercer resultado que obliga a la reflexión cuidadosa es el de los más de un millón 600 mil votos nulos que fueron clasificados así por las innumerables leyendas de reclamo, reproche y demanda de justicia que, en particular, las mexicanas plasmaron en las boletas de un país de machos y gandallas.
En materia de resultados, esta elección demuestra que el “bloque opositor” realmente fracasó en su intento por poner un freno a la voluntad o capricho de un solo hombre en este nuevo México.
De hecho, en los números reales y definitivos, Morena y sus aliados vuelven a imponer sus condiciones en prácticamente todas las posiciones en disputa.
La llamada “Alianza opositora” pierde El proceso electoral más grande y más importante de la historia de este México expectante se cumplió, y con él se alcanzaron varias metas políticas y sociales trazadas en el imaginario de una sociedad estratégicamente dividida en el momento más trascendente del país.
Con notable sorpresa 11 de los 15 estados en juego; el PAN conserva sólo dos estados (Chihuahua y Querétaro), mientras que el PRI y el PRD lo pierden prácticamente todo.
En la cámara baja, el PAN recupera curules, mientras que sus aliados entregaron más asientos lo mismo a Morena que a sus aliados coyunturales, como son el PT, el Partido Verde y Movimiento Ciudadano.
En su conjunto, los partidos que respaldan la Cuarta Transformación conservan la mayoría simple, y a partir de la próxima legislatura el Partido Verde definirá mucho del destino de México al vender caro cada uno de sus asientos en la cámara baja. Pero si esa negociación no alcanzara, el priismo más descarado se ha empinado desde ya a sugerencia del presidente tras declarar que para alcanzar la mayoría calificada sólo es necesario “convencer” a unos cuantos diputados del camaleónico PRI.
Así los números y sus combinaciones políticas. Modificar la Constitución de México o desaparecer los organismos autónomos no es –como lo han querido vender los partidos tradicionales– un asunto imposible de alcanzar.
La realidad vuelve a imponerse sobre los buenos deseos, los anhelos y los caprichos.
Del proceso electoral del pasado 6 de junio, el partido en el poder se alza como el gran triunfador y se consolida como la primera fuerza política a nivel nacional y estatal , al gobernar a más de 58 millones de mexicanos.
Con esa radiografía numérica, Morena es hoy por hoy el partido político de nueva creación más exitoso en la historia del México moderno y contemporáneo, tan sólo por lo alcanzado en siete años, a partir de su creación.
En los resultados definitivos, la 4T es la gran ganadora, aun con el descalabro que significa la notable derrota registrada en los municipios de Ciudad de México, bastión histórico del presidente.
En la praxis, la indiscutible triunfadora de estas recientes elecciones es la democracia mexicana y una sociedad notablemente más informada, más interesada, más selectiva y mucho más participativa, tanto así que los votos de castigo dejaron fuera de los millonarios recursos públicos a tres franquicias disfrazadas de partidos políticos.
El crecimiento de la sociedad mexicana radicada en una clase media claramente amenazada ha comenzado.
Ahora dependerá de los propios ciudadanos dar seguimiento puntual a una clase política que en los próximos tres años estará sometida como nunca a la disyuntiva de optar por los votos de conciencia o rendirse descaradamente a los cañonazos económicos del pasado, esos que se niegan a morir.