Por: Arturo Chávez Flores
El trabajo diario y el análisis como psiquiatra, a través de esta pandemia que estamos viviendo, me permite observar cambios en la mayoría de los seres humanos que se corresponden a las diferentes facetas desde el inicio de la transmisión informativa de los contagios en China hasta este momento.
Esta transición muestra cambios drásticos desde la indiferencia, el miedo al contagio, la angustia ante el posible desabasto de productos, la intolerancia a los otros a través de la cuarentena, el enojo y hasta agresión a aquellos que conviven con nosotros ante el tiempo ampliado de convivencia diaria, estados depresivos ante un futuro incierto, así como alteraciones en nuestros patrones de comer y dormir, un incremento en la ingesta de alcohol y el consumo de sustancias adictivas.
Por otro lado, se patenta también un cambio en los ámbitos y ritmos de la naturaleza, desde los objetos llamados inanimados hasta los animales.
Esto nos conduce a preguntarnos acerca de nuestra naturaleza como seres humanos y de nuestra interacción con aquella naturaleza que nos rodea.
Muchas preguntas y de diferente forma se han enunciado: ¿la naturaleza, con sus leyes, se revela contra nosotros por nuestro mínimo cuidado de ella?, ¿es una etapa en la que se busca su equilibrio y todos los desajustes que sufrimos son solo una respuesta a las acciones negativas y desmedidas que hemos realizado?
Y nos lleva también a cuestionarnos acerca de nuestros modelos y patrones de vida, que en cuanto cambian no tenemos la habilidad de acoplarnos a ellos y nos conducen a un sufrimiento y a las consecuencias de ese desajuste: subir de peso, insomnio, alteraciones en nuestro funcionamiento mental y emocional.
La naturaleza, a pesar de las aparentes diferencias y caos que puede mostrar en algunos momentos, es un sistema estructurado e interconectado donde cada elemento toma su lugar, sin embargo, todo sucede de forma diferente, como si una pulsión de muerte fuera la directiva con la única finalidad de destruir al propio mundo, a la sociedad, a la familia y al ser humano.
Esta epidemia ha detenido el movimiento rutinario del mundo en gran medida, tal vez no para poner fin a nuestro desarrollo, sino para guiarnos en una nueva dirección que sea más acorde con nuestro propio dinamismo como humanos y seres espirituales que somos, ampliada por una meta diferente y con una visión armoniosa hacia los demás y hacia la naturaleza misma.