Por: Hugo Arquímedes González Pacheco Montes/ [email protected]
Desde mi escritorio
Hemos demostrado reiteradamente que el acceso escolar, por sí solo, no representa una garantía de excelencia en la educación, como lo maneja la 4T, incumpliendo con las escuelas de los contextos que viven la pobreza y el olvido de la Secretaria de Educación Publica federal.
Es una necesidad prioritaria impulsar la justicia en la educación, basada en el aprendizaje de la vivencia de los derechos humanos, que es requisito para desarrollar una eficiente enseñanza en la educación. Es decir, eliminar todas las barreras de exclusión, discriminación, violencia, maltrato y el abandono de las poblaciones indígenas que viven una pobreza inhumana.
La palabra interculturalidad se refiere a las relaciones de intercambio y comunicación igualitarias entre grupos de distinta etnia, religión, lengua o nacionalidad, entre otros. Por principio, el término no reconoce superioridad de una cultura sobre otra, independientemente de la relación entre la mayoría o la minoría que vive el rezago educativo.
La interculturalidad en la educación apunta a construir una sociedad escolar más democrática al visualizar, describir y valorar igualitariamente los métodos de enseñanza y los significados entre diferentes grupos.
Está referida a los procesos de interrelación y comunicación de saberes, códigos, patrones y valores entre diferentes grupos culturales, entendiendo que existe igualdad entre sujetos, independientemente de la posición que ocupen en el deteriorado tejido social mexicano.
Los estereotipos de género, las amenazas a la seguridad emocional contra niños, niñas y adolescentes con las acciones insensibles a la diversidad conspiran directamente contra la realización del derecho a la humana educación.
La resistencia a que funcione según sus propósitos fundamentales resulta en la negación de un aprendizaje significativo, de una cultura para la felicidad educativa, donde el conocimiento se construya con respeto a los derechos de las niñas, niños y adolescentes para un conocimiento de alta calidad, aprendiendo lo que significa el amor por la vida.
La calidad en la enseñanza no solo se reduce a un criterio de eficiencia cuantificable, sino que abarca la profundidad del compromiso humano hacia el presente, el futuro de las y los estudiantes.
El derecho a una educación humana constituye una responsabilidad colectiva que implica la eficiencia de todos; por lo tanto, de la posibilidad de la enseñanza dirigida a la convivencia pacífica en el bienestar del desarrolla integral del alumnado.
Si estamos esperando un sistemas educativos con el modelo del “milagro Azteca” ese modelo no podrá potenciar las prácticas interculturales, estaremos en la obligación de reflexionar sobre la resignificación de la falsa Nueva Escuela Mexicana, porque la articulación de los procesos de democratización aparece hoy como el principal desafío de la transformación del sector educativo donde hay cientos de escuelas en condiciones de infraestructura de pobreza en cuartos de tierra, chozas, en enramadas sin luz, agua, sanitarios en condiciones infrahumanas.
En contraste, se está haciendo un gasto innecesario ilógico con la ocurrencia del Presidente Andrés Manuel López Obrador de trasladar la SEP a la ciudad de Puebla para cumplir sus 100 compromisos, entre estos mantener a los jóvenes que ni estudian ni trabajan, para después despojar de los recursos económicos a la ciencia, cultura y deportistas de alto rendimiento, que alguien nos explique la incongruencia de estas acciones.
La necesidad urgente de construir ciudadanías activas, inclusivas, responsables y autónomas en la educación debe levantarse también sobre la base de las culturas, las lenguas, las tradiciones autóctonas y el derecho a un trato humano que rompa con los rezagos de la gestión educativa de pobreza en las escuelas marginadas, hundidas en la miseria escolar.
La autoridad educativa federal pasa por alto los derechos humanos corrompiendo los recursos destinados a las escuelas. Algunas tendencias internacionales defienden una concepción del derecho a la educación basado en estándares pedagógicos que proponen un sistema educativo uniformado y racionalista.
Esos estándares podrían tener alguna importancia, pero también suponen relaciones formales, conceptuales y lingüísticas que reflejan un modelo patriarcal, que se disfraza de democracia social y termina siendo expulsor y discriminatorio.
Por ejemplo, en las poblaciones indígenas mexicanas ni el uno por ciento que ingresa en primaria logra entrar a la universidad. Las exclusiones de las oportunidades educativas en México tienen destinatarios muy precisos, que se pueden resumir en una frase: “las poblaciones pobres reciben una educación empobrecida”.
La presión dirigida hacia la consolidación de un único idioma para los pueblos indígenas, por ejemplo, es una muestra de esa intolerancia que ha potenciado el patriarcalismo. El derecho a la educación de cada pueblo parte de la necesidad de mantener y expresar un sentido de pertenencia y de proveniencia esencial, que involucra otro sentido de resistencia enmarcado en el derecho a la autonomía cultural, social y política.
Además, ese derecho a la educación supone la necesidad de desarrollar formas que garanticen el enriquecimiento de modalidades educativas basadas en las propias realidades y aspiraciones de los pueblos en sus contextos escolares. Sin embargo, el nuevo concepto de la educación en la interculturalidad es altamente reactivo para los sistemas convencionales, que le temen como al vacío, pues desborda el planteamiento mecánico de su pedagogía para las demandas del mercado.
El imperativo democrático de la 4T; de los derechos económicos, sociales y culturales es motivado por una racionalidad que ha producido más desigualdad, porque se centra en un concepto de un presidencialismo absoluto que se nutre de la disfuncionalidad operativa de la mañanera derivada a la mala visión de un estadista.
En la práctica, el carácter progresivo de los derechos humanos a la educación ha significado una autorización para que los gobiernos del pasado y del presente los violen con la corrupción. En la educación, hemos experimentado más bien una regresividad aguda, no sólo porque siguen sin asistir a la escuela millones de niños, niñas y adolescentes, sino también porque los contenidos de la educación en muchos casos atienden más a las necesidades populistas de un mandatario que se olvida de las aspiraciones legítimas de las personas y bloquea a los a los intelectuales y periodistas.
Así, obstruye la construcción de una autentica Revolución Educativa por los docentes para el bienestar del alumnado en las escuelas, que hemos advertido a lo largo de nuestra labor educativa. Usted, ¿qué opina?