Iván Mercado
Hay muchos que aún afirman que pronto volveremos a la normalidad, incluso el propio presidente López Obrador repite con tono optimista que ya “aplastada” la curva esa normalidad regresará a la vida de los mexicanos por ahí del segundo semestre de este atroz 2020. La actitud es comprensible viniendo de un
líder que sólo quiere ser portador de buenas noticias, para un México hundido en enormes problemas.
Nada más deseable, pero también, nada más falso.
Esa “normalidad” a la que nos acostumbramos los mexicanos, hace décadas que se sostiene sólo de alfileres, apenas unos hilos zurcidos en lo económico, en lo político, en lo social, incluso en una comprometida condición climática del planeta.
De alguna forma todos sabíamos de un límite cercano, era vox populi, que estábamos al borde de un colapso, pero no lo imaginamos tan inmediato, tan agresivo y en forma de virus.
Se asomó, se dispersó y nos vulneró. Sólo hicieron falta 90 días para descarrilarnos.
Y como suele pasar en toda perdida, hoy nos aferramos a pensar que todo volverá a la normalidad, que la vida seguirá igual.
La verdad es que no queremos o no podemos, aún, aceptar las consecuencias de un cambio calculado e inevitable.
Por supuesto que este planteamiento no pretende ser derrotista ni tampoco busca que las circunstancias encajen en una teoría conspiracionista. Todo lo contrario, la intención es buscar que partamos de una nueva tesis y que
seamos capaces de reaccionar con mucha mayor rapidez y certeza a los inevitables escenarios que se asoman en un país y un planeta que, ahora mismo, ya comenzaron a cambiar.
El fundador de la logoterapia y del análisis existencial, Viktor Emil Frankl, neurólogo, psiquiatra y filósofo
austriaco, escribió: “Cuando no podemos cambiar una situación, estamos desafiados a cambiarnos a nosotros mismos…”
El dilema es que ante el desconocimiento de las nuevas reglas del juego, nadie sabe cómo reaccionar, casi ningún líder sabe cuál es la estrategia correcta a aplicar y pocos, muy pocos, son los que se han percatado que es necesario y urgente prepararse para un nuevo orden de las cosas.
Lo grave, es que entre esos pocos, haya personajes perversos que por su posición política, económica o social en el planeta pretendan hacer del caos y la tragedia una estrategia para sumar más poder, en una versión caduca del mismo juego, una especie de: “A río revuelto, ganancia de miserables”.
No nos distraigamos, hace falta aguzar la atención y analizar un poco el panorama mundial. Ya hay quienes ven en este golpe pandémico la oportunidad de tentar a la suerte y someter en lugar de ayudar a sus gobernados o seguidores.
Lo imperdonable es que, como sociedad global, permitamos que esos personajes se adueñen del destino de millones y busquen administrar los nuevos escenarios de la humanidad.
Por eso, particularmente en un México tan divido, resultan tan cuestionadas frases como: “Hay que abrazarse, no pasa nada”, “No dejen de salir”, “Nos vino esto como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”, “Si tienen que quebrar, que quiebren…”
Expresiones incomprensibles y reveladoras.
No, no es una encomienda sencilla, serenarnos y despejarnos de una sobre carga informativa. Requiere de disciplina, reflexión y análisis, cualidades que una sociedad convulsa e inmediatista como la nuestra, nunca tuvo el tiempo ni el interés de desarrollar porque al final del día, no lo creímos necesario.
Sin embargo, como sostengo, todo cambia y por ello es necesario ser lo suficientemente hábiles para comprender lo que ya está sucediendo aquí y ahora: una pandemia sobre dimensionada, una guerra comercial en pleno, un colapso económico mundial inevitable, una debacle social sin precedentes, una incapacidad para reaccionar desde las naciones y, sobre todo, una vulnerabilidad global expuesta.
Los niveles de preparación y reacción de todas las naciones quedaron exhibidos. Nadie lo tomó con la suficiente
seriedad y hoy es mucho muy evidente quienes van a permanecer y quienes deberán abandonar los lugares de un concierto internacional que será mucho más selectivo en un futuro inmediato.
Nos guste o no, el virus nos desnudó como naciones y como sociedades del viejo orden y por ello urge ser lo suficientemente inteligentes para desprendernos de nuestros apegos, a fin de adaptarnos rápidamente y dar paso a nuevas prácticas que nos permitan aprender una dolorosa lección y comprender que, como en el popular juego de las serpientes y escaleras, hoy estamos en una nueva etapa de esta suerte, a la que estamos todos
llamados a jugar.
Entendamos, pues, que hay nuevas reglas y que es cuestión de tiempo para que se den a conocer.