Jorge Alberto Calles Santillana
En los últimos días el presidente ha estado avivando la polarización política que amenaza en convertirse en ruptura social. O están conmigo o en mi contra declaró hace unos días. Más recientemente, dio a conocer un documento atribuido a un llamado Bloque Opositor Amplio según el cual varios actores sociales y grupos políticos buscan expulsarlo de la presidencia. Las proclamas resultan peligrosas por dos razones, igualmente importantes. La primera, porque la crítica coyuntura sanitaria que ha devenido en económica y social reclama sensatez y unidad. La mayoría de los líderes mundiales han convocado a sus pueblos a mantenerse unidos y han propuesto políticas públicas tendientes a aminorar los efectos negativos de la pandemia. En México está ocurriendo lo contrario. La segunda, porque independientemente de que efectivamente tal bloque exista o no, la condena a ese o cualquiera otro grupo es violatorio de los derechos de pensamiento, opinión y agrupación que la Constitución garantiza.
La gran mayoría de los mexicanos estamos convencidos de que pobreza, marginación, injusticia, impunidad, violencia y corrupción, entre otros, son problemas que desde hace muchos años vienen afectando los niveles de bienestar, seguridad y confianza del país. López Obrador se ocupó durante muchos años de señalar esos problemas y sus graves consecuencias de manera que estructuró su campaña a la presidencia sobre la promesa de hacerles frente y resolverlos.
Pero lo hizo asumiendo, en primer lugar, que al identificar los problemas se convertía en el único líder capaz de enfrentarlos y resolverlos y, en segundo, que al nombrarlos conseguía definirlos con claridad y encontrar las soluciones adecuadas. Por eso es que no resiste crítica alguna; por eso es que piensa que quien disiente lo hace porque no está de acuerdo con que a la pobreza, la injustica y la corrupción hay que combatirlas. Nada más erróneo que esto.
No estar de acuerdo con López Obrador no significa estar a favor de la pobreza; tampoco oponerse al combate a la corrupción ni celebrar la injusticia. A la pobreza se le combate con políticas públicas que generen empleos formales bien remunerados; con un sistema de salud universal de calidad, con programas de vivienda más que digna, con una educación pública de excelencia en todos sus niveles, con servicios públicos de primera y con programas de asistencia social orientados a apoyar a grupos verdaderamente necesitados y no a crear clientelas electorales. A la corrupción se le combate con la ley sin aspavientos discursivos recurrentes que no culminan en denuncia alguna. La impunidad se acaba cuando el estado de derecho se fortalece. A la violencia se le enfrenta con una política integral en la que el uso de la fuerza pública si bien no es el ingrediente fundamental, debe ser uno de sus pilares.
Eso ocurre cuando se tienen policías profesionales bien remunerados y debidamente capacitados. Estar en desacuerdo con el presidente significa tener otras ideas que nada tienen que ver con la conservación de privilegios ni con mantener la posibilidad de poder participar en prácticas ilegales de enriquecimiento.
Significa entender que pobreza, marginación, violencia, injusticia son conceptos que refieren fenómenos complejos cuya atención exige un debate plural que reclama la participación de expertos, además de la ciudadanía y de los grupos de poder. Pero además, significa que se ejercen derechos universales; criticar al presidente no significa cocinar un golpe de estado. Durante muchos años, López Obrador criticó permanentemente el desempeño de los presidentes Fox, Calderón y Peña Nieto. Nadie lo acusó de golpista; ni de complotista siquiera.
Los mexicanos no estamos divididos entre buenos y malos. Somos diferentes por muchas razones, entre las cuales, sin duda, está un sistema social desigual. Pero éste puede ser transformado mediante proyectos que partan de diagnósticos serios, que estén diseñados con compromiso social y fundamentos profesionales y que sean ejecutados con rigor.
La mayoría de quienes critican a Andrés Manuel no están con él, pero tampoco están necesariamente en su contra. La gran mayoría de los mexicanos estamos a favor del diálogo respetuoso. Porque no hay un México liberal y otro conservador. Ya no vivimos en el siglo XIX. Hay muchos Méxicos, hay muchas voces, hay muchas necesidades. Nada más peligroso que ver a la realidad sólo desde un discurso, desde un vocabulario. Esto es todavía más peligroso cuando ese discurso y ese vocabulario son los del poder.
No a la confrontación. Sí al diálogo.