Adolfo Flores Fragoso
“Del estudio de las voces se derivan profundas palabras filosóficas”, describió Quintiliano.
La lengua es la base del conocimiento, fue lo que quiso espetar a nuestro intento de reflexión, para entender su frase.
Quienes escriben de lo vivido, antes, han escuchado.
Antes han escuchado.
Escuchar la voz del otro, antes que la nuestra.
Antes que nuestra voz.
En el “Diccionario Abreviado de Galicismos, Provincialismos y Correcciones del Lenguaje” (1887), en su prólogo, Rafael María Baralt, fulminante expresa que “el lenguaje se mama con la leche y se aprende más o menos perfectamente con el uso, de suerte que puede decirse sin mayor inexactitud que hablando se aprende a hablar, como forjando se llega a ser herrero”.
¿A qué viene el comentario?
Al recuerdo de un comentario de un buen hombre sonorense que insistía que los poblanos hablamos “cantadito”. Y con indirectas.
¿A qué refería?
El “cantadito” tiene nada que ver con nuestra modulación.
No.
El “cantadito” es la presunta ternura “musical” en diminutivo con la que nos expresamos los poblanos: “qué bonita tu nueva casita”, “ya deposité tu dinerito”, “qué linda tu noviecita”, “te compré unas florecitas”, “¿me puede servir más vinito?”, “está chulo tu bebecito”, “los voy a invitar a una comidita”, “abrí un pequeño restaurantito”, “préstame tu librito”, “sírvame una ensaladita con trufas”, “¿no pasó mi tarjetita de crédito?”… Y así, hasta el infinito poblano.
Y más allá.
Respecto a las indirectas, es un deporte surgido de la doble moral europea: tener una amante oculta (regularmente negra, desde la invasión musulmana), y confesarnos en la misa de los domingos.
Como buen creyente que se jacte. (No vale la pena profundizar en el tema).
En un retorno a Baralt: escuchar –primero–, y hablar, nos cultiva, “pero, en muchos momentos vitales, es también el colegio de la banalidad, de la superficialidad, del engaño”, escribió el historiador y poeta venezolano.
Hay crónicas terribles, en las que hablar entre la mentira y lo superfluo provocó duelos y muertes, incluso entre mujeres, durante siglos en Puebla.
Y tal vez hasta este instante que lees esta línea.
En vivencias ajenas y personales, que recordarás. Y de las que hablarás.
O no.
Sí: los poblanos callamos nuestros errores, pero evidenciamos los ajenos.
Hacemos de nuestra voz, una anti sabiduría.
Pero chismosos somos.
Y así moriremos.
La lengua es la base del conocimiento.
Esa que, a veces, es viperina.
“Un instrumento, contra la memoria, que insistes en olvidar”, describió Borges.
¡Ternuritas!
Poblanos somos.