Tenemos que ser respetuosos de los escenarios…
Se puede perder un partido,
pero lo que no se puede perder
es la dignidad por jugar bien al futbol…
Yo tengo la suficiente autoridad ética y moral
como para venir diciendo desde 1979
que el futbol necesita una reestructuración,
un debate más profundo y serio.
Cesar Luís Menotti
(1938-2024)
El futbol se ha convertido en un negocio, un negocio muy lucrativo, al grado de que incluso casas de apuestas son propietarias de equipos de primera división en México.
Existe una liga, antes denominada “segunda división”, cuya permanencia resulta incomprensible, dado que no hay ascenso.
También está la liga femenil, cuyos partidos son transmitidos por televisión, a pesar de que la asistencia a los estadios no alcanza ni el diez por ciento de su capacidad. Paradójicamente, los equipos contratan jugadoras extranjeras y mundialistas, lo que parece más un caso para la ley antilavado que un asunto meramente deportivo.
Lo cierto es que el futbol, desde hace muchos años, dejó de ser un deporte, especialmente un deporte popular.
Por ello, no se puede exigir a ninguna entidad en particular –sea el Estado, las instituciones gubernamentales o un organismo internacional– que haga algo por el futbol en Puebla.
Sin embargo, al menos como aficionados y ciudadanos, se puede implorar, por orgullo y dignidad poblana, que alguien haga algo para desaparecer al equipo de La Franja.
En los últimos años, y ya son bastantes, se ha convertido en una vergüenza colectiva.
Que lo donen, que lo vendan, que lo renten, pero que dejen de atormentar a la afición cada semana con derrotas sistemáticas, protagonizadas por jugadores que, en su mayoría, solo están de paso.
El futbol mexicano está corrompido. En su liga principal no hay descenso, está repleta de gestores, comentaristas, entrenadores y jugadores extranjeros, lo que impide incluso completar una selección nacional competitiva.
La situación actual recuerda a los partidos de los llanos, donde cada domingo se buscan jugadores para completar el equipo y evitar perder por default.
El alicaído equipo de La Franja, los otrora camoteros, aquellos que vestían una camiseta blanca con franja azul, lo ha perdido todo.
Su identidad es casi inexistente; incluso el color de la playera ha cambiado. Basta recordar aquel episodio en el que, por razones políticas, se impuso a un empresario de la construcción como propietario del equipo.
Este decidió llamarlo Los Ejecutivos y cambiar la franja azul por el color naranja, emblema de su constructora.
En aquel entonces, la afición poblana organizó manifestaciones en el zócalo de la ciudad para exigir respeto a la franja azul.
Hoy, con partidos programados los viernes a las nueve de la noche –horario más útil para arrullar a los niños o ambientar cantinas y bares–, ya nadie se acuerda del equipo que jugaba los domingos de fiesta en Puebla.
¿Cuántos aficionados pueden recitar de memoria la alineación actual del equipo de primera división? O peor aún, ¿quién recuerda a los últimos extranjeros que han militado en La Franja?
Lo cierto es que los actuales dueños del equipo parecen estar haciendo todo lo posible por desaparecerlo. Y lo lograrán.
Que se lo lleven a Morelia, Veracruz, Culiacán, Tampico o cualquier otra ciudad donde la afición asista al estadio, no por amor a su equipo, sino por la curiosidad de ver futbol de primera división.
Eso mismo ocurre en sedes como Mazatlán, Tijuana, Ciudad Juárez, Aguascalientes y Querétaro, donde los aficionados acuden más por el morbo de ver en vivo a jugadores que antes solo podían ver por televisión.
Aunque, dicho sea de paso, ahora ni eso, pues los partidos son de pago por evento.
En fin, si el futbol fuera más democrático y se organizara una consulta popular, la afición elegiría, de manera abrumadora, la desaparición del equipo.
La afición poblana es la única que aún conserva algo de dignidad, y como prueba están las gradas vacías del vetusto estadio Cuauhtémoc.