Rubén Salazar / Director de Etellekt / www.etellekt.com [email protected] @etellekt_
En la conferencia mañanera del pasado miércoles, un reportero le formuló una pregunta de calle al mandatario, que un matrimonio que caminaba por avenida Reforma le pidió transmitirle: “¿Qué será de nosotros cuando se vaya?”
López Obrador le respondió, “que vamos a seguir y va a haber continuidad con el cambio (…)”. La continuidad de lo hecho y deshecho por su gobierno es la mayor de las preocupaciones de AMLO y la duda que ronda todos los días en su mente, conforme se acerca la hora del dedazo, es si Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum están realmente comprometidos con mantener su legado.
Teme que su idea de restaurar un régimen de partido hegemónico bajo los postulados de un modelo de esarrollo estatista, centralizado y coadministrado con el Ejército, pueda derrumbarse más rápidamente de lo que pasó con la “dictadura perfecta” del PRI, si este par de corcholatas acaban poseídas por los demonios del neoliberalismo, a tal grado que ha tenido que destapar otras aparentemente más fieles con el proyecto radical que encabeza, como el secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, o la secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez Velázquez.
Por lo visto el miedo no anda en burro en Palacio, prueba de ello es que el mandatario por fin mencionó que el senador Ricardo Monreal Ávila tiene derecho a participar por la candidatura de Morena a la Presidencia, al que había dejado de invitar a desayunar, entre otras cosas, porque el zacatecano asumió el rol del “hijo desobediente del régimen”, como estrategia para impulsar su candidatura, particularmente marcando distancia de la retórica hostil del presidente sobre todo aquel que considera un alfil del conservadurismo. Lo que el Senador ha ratificado hasta ahora, la última vez saliendo en defensa de los médicos de la UNAM, acusados por el presidente de no haber prestado auxilio en la pandemia, aun cuando su gobierno se los había prohibido.
Una estrategia que había sido adoptada igualmente por Sheinbaum en la primera mitad de su gestión, apartándose de la identidad gráfica del “Gobierno de México”, y ordenando después medidas de confinamiento más draconianas para gestionar la COVID-19, que las dictadas por el presidente o el zar anticoronavirus, Hugo López-Gatell, sin importarle el costo político y económico, entre las que destacaba el uso del cubrebocas, del que Sheinbaum era partidaria a diferencia de su mentor (que lo consideraba un símbolo de censura), lo que más tarde le valdría un regaño severo del presidente, por considerar que esa decisión impopular la condujo a perder 9 de las 16 alcaldías en Ciudad de México, incluyendo la de Cuauhtémoc, la nueva sede del Poder Ejecutivo federal, además de la mayoría en el Congreso local.
Su autonomía política respecto a las decisiones de Palacio le valió aplausos de propios y extraños, por exponerse como una opción moderada capaz de poner fin a la política de polarización implementada por López Obrador, lo que hizo rabiar al presidente, por el marcado interés de su ahijada política de voltear a las élites, a las que aborrece, y dejar a un lado “el trabajo político” con los más pobres, haciéndole notar que de mantenerse por ese sendero el único destino posible era la derrota en las urnas en 2024.
Obligada por el fracaso electoral de Morena en la capital hace un año, sintiéndose traicionada por las clases medias a las que buscó seducir, a Sheinbaum no le quedó otra opción que reinventarse en la “hija obediente del régimen”, operando como una caja de resonancia del presidente (a diferencia del Senador Monreal), colocándose para ello el disfraz de AMLO, llegando al extremo de repetir sus frases hechas e imitando su lenguaje mordaz.
Una metamorfosis que el presidente no parece creerle del todo. Menos por el hecho de que Sheinbaum le presumió al presidente que, a diferencia de él, sin necesidad de haber militarizado a la policía redujo la incidencia de homicidios dolosos en la capital en la mañanera del martes en el antiguo Palacio del Ayuntamiento, en compañía de su secretario de Seguridad, Omar García Harfuch. La jefa de Gobierno, junto con el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García, es una de las mandatarias desobedientes que no han detenido las operaciones de combate al narcotráfico.
Según me han compartido algunos colegas que trabajan cerca del ala radical de Palacio, el presidente está al tanto de que al interior de la secretaria de Seguridad capitalina abundan funcionarios que trabajaron anteriormente en organizaciones de la sociedad civil, que acompañaron el proyecto de desarrollo policial impulsado por Felipe Calderón para fortalecer las capacidades de las policías de los tres niveles en el marco de la guerra contra el narcotráfico, que son contrarias a la militarización de la Guardia Nacional y a la idea de que su mando quede supeditado a la Secretaría de la Defensa Nacional (un tema en el que Sheinbaum ha guardado silencio). La propia periodista Anabel Hernández alertó al presidente de los vínculos de Omar García Harfuch con Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Publica en el gobierno de Felipe Calderón.
Y lo sabe también el Ejército, quien bien pudo ser la institución que filtró la pregunta elaborada por el periodista al presidente en su conferencia mañanera: ¿Qué vamos a hacer cuando se vaya? ¿Realmente los generales confían en que, de llegar Sheinbaum a la Presidencia, conservarán el poder e influencia alcanzados en este gobierno en tareas de la administración pública, otrora manejadas por civiles?
Y no es para menos que sospechen lo contrario, es mucho lo que está en juego, lo que denota no solo el interés del presidente y de su equipo por el continuismo de un legado político sin pies ni cabeza, sino la urgencia de extender un legado de corrupción e impunidad. Sheinbaum tendrá que hacer algo más para no ser percibida como una candidata del bloque conservador, que mandar a sus empleados a insultar al canciller, llamándolo neoliberal, o seguir parodiando a su jefe.
Mientras que entre los duros de Morena la idea de que López Obrador prepara un pacto de impunidad con los enemigos, imponiendo a Sheinbaum como candidata oficial a la Presidencia, ha pasado de un mero rumor a una alerta que avizora una fragmentación inminente, no sólo en la 4T, sino en la alianza Va por México, que renunciaría a una candidatura de unidad para fragmentar el voto en favor de su verdadera opción.