Alejandro Montiel Bonilla
Antes de hacer algunos apuntes sobre cómo podemos ayudar a los niños sobreprotegidos a enfrentar la crisis postCOVID-19, el tema que tocamos la semana pasada, ahora quisiera enfocarme al marco familiar dentro del cual se toman las decisiones, para conducir o no conducir, la formación integral de los niños hacia una mayor exigencia que los lleve a mejores resultados académicos y no académicos.
Y es que debemos ser capaces de percibir, que el conjunto de los mensajes sociales que determinan en gran parte la forma en cómo estamos educando a nuestros hijos nos conducen por la línea de un “aprendizaje sin dolor”. Por ejemplo, memorizar conceptos hoy en día es anticuado porque nada debe aprenderse repitiendo, sino que todo el aprendizaje siempre debe ser conducido por la reflexión del alumno, además, memorizar se le relaciona con algo desagradable y “atrasado”. Ahora supongamos que una pareja decide pedir un poco más de esfuerzo a sus hijos en sus estudios y en sus tareas cotidianas, pienso en niños de primaria o jóvenes de secundaria, ¿a qué tipo de obstáculos se enfrenta para lograr esto? Sin la intención de hacer una lista exhaustiva, sino sólo indicativa, podemos mencionar los siguientes.
Debemos considerar, que en estos días, el grupo social al que pertenecen o intentan pertenecer los jóvenes está presente de manera ininterrumpida en la vida de los muchachos, ¿qué significa esto? que gracias a los celulares, las reacciones más íntimas de un joven o jovencita son generalmente transmitidas, prácticamente en vivo, a su grupo de amigos más cercano. Muchas veces la reacción de los jóvenes ante determinada exigencia, no es la reacción que resulta de la reflexión personal e individual del joven, sino que es la reacción del grupo con el que está en comunicación en ese momento. Imaginen un chat muy común en cualquier red social: “Mi mamá me está pidiendo que lave los trastes de toda la familia, ¿qué me aconsejan? ¿ustedes lo hacen en sus casas?” Una posible respuesta es: “no tedejes, que lo haga tu hermano, ¿por qué lo vas a hacer tú?” claro que no quiero decir que todas las influencias que reciben nuestros hijos de sus amigos sean negativas, sino que en un marco social general de sobreprotección a los jóvenes, cualquier petición de ayuda en los quehaceres domésticos generalmente se recibe con protestas. Quizás siempre fue así y siempre se protestó en todas las épocas, la diferencia con la situación actual es que hay un grupo social que puede apoyar, en vivo y en directo, esa posibilidad de protesta. ¿Qué queda hacer a los padres, la negociación o la imposición? Lo que se haga en cada caso, por supuesto depende de la familia en específico, pero es un hecho insoslayable que la presencia constante del grupo de amigos de los jóvenes está dentro de la casa y a todas horas.
Al contrario de lo que se pueda pensar, una familia, pensemos en la familia nuclear (papá, mamá, hijos), en realidad responde a una especie de organización política, en la que todo se negocia, se pacta y de alguna forma se vende, las lealtades se negocian constantemente. No importa si estamos hablando de familias millonarias o miserables, la estructura responde de manera muy similar. Supongamos entonces, que la pareja que decide tomar el camino hacia una mayor exigencia de sus críos, encuentra como respuesta una férrea resistencia de los hijos para tomar el rumbo que quieren marcar los padres. La tensión en la familia crece, porque no es fácil comunicar a nadie que se necesita más dedicación y esfuerzo de una persona. No en balde, existen tantos memes que hacen burla del famoso “dile a tu mamá”.
En realidad, esta famosa frase puede reflejar miles de situaciones familiares, padres ausentes, padres desinteresados, padres humillados constantemente, etc.
Educar por el camino del esfuerzo para lograr que los sueños de tu hijo se hagan realidad, pondrá a muchas parejas en una situación de tensión constante, se plantean preguntas que van a cimbrar los cimientos reales de la construcción de una pareja, ¿desde qué edad se le debe exigir al hijo? ¿significa lo mismo la palabra exigir para la madre, que para el padre? ¿Se debe castigar a los hijos o se les debe hacer reflexionar para que algún día la vida le muestre las consecuencias de sus actos? Las respuestas a estas interrogantes, y sobre todo, la forma en la que se implementen cotidianamente en la formación de los hijos, dependerá del historial de cada integrante de la pareja. Muchos divorcios se producen por las diferencias en este aspecto, personas que pensaron que tenían una pareja sólida.
Para nuestros abuelos, todas estas dudas, que hoy llenan millones de páginas de revistas en el mundo, podrían resultar bastante ociosas. Para muchos de ellos, la educación de los hijos sólo tenía la firme exigencia como única dirección. Pero en nuestra sociedad actual, invadida por una soledad omnipresente, algo de lo que no se atreve a decir nadie, es que los padres de familia temen perder el amor de sus hijos, en el proceso de llevarlos por una vía de mayor esfuerzo en la vida. Es como si una condición de ser padre tuviera que asegurarnos el cariño de los hijos hasta el final de nuestros días. En perder ese amor, radica el principal miedo a corregirlos.
Desgraciadamente hoy, existen miles de casos para confirmar ese miedo, el niño que se suicida porque le quitaron el playstation; la adolescente que se va de casa o huye con el primero que se cruza en su camino, porque le prohibieron ir a una fiesta; el joven que consume estupefacientes y termina estampado en la carretera porque los padres le dieron auto y dinero a manos llenas. Pero si reflexionamos seriamente, todas estas desgracias que acabo de mencionar pueden ser más probables en niños y jóvenes sobreprotegidos.
Necesitamos comprender que el mundo en los últimos 20 años ha multiplicado su complejidad como no lo había hecho en 200 años anteriores.
Necesitamos reflexionar constantemente, y lo necesitamos hacer en un mundo que cada vez nos quita más tiempo para la reflexión, nos exige más trabajo por menos dinero y nos proporciona más distracciones para que no atendamos lo fundamental: nuestra relación con nuestros propios hijos.