Soliloquio
Felipe Flores Núñez
Este domingo saldrán a las calles miles de mexicanos que, bajo la percepción del presidente Andrés Manuel López Obrador, configuran una escoria, lo peor de nuestra sociedad.
En al menos 36 ciudades, incluyendo desde luego la capital del país y la de Puebla, se manifestarán de manera voluntaria, a juicio de AMLO, los más “cretinos”, “hipócritas”, “racistas”, “ladinos”, “inmorales” y “corruptazos”.
A quienes se atreverán hoy a levantar su voz de manera voluntaria, también el presidente los ha llamado: “clasistas, achichincles, aspiracionistas, despistados, fifís, masoquistas, conservadores, farsantes, alcahuetes, saqueadores, matraqueros”… y quien sabe cuántas cosas más.
No deja de sorprender la agresividad verbal que proviene de quien gobierna este país, que presume respetar las libertades más preciadas, como las de manifestación y de libre expresión.
Si bien detrás de las marchas se observan intereses partidistas por demás inocultables, es innegable que son muchos –y me consta– los ciudadanos libres que han considerado motivos relevantes para asistir.
Es poco lo que arriesga el presidente al vociferar contra los manifestantes, porque sabe bien que se quedarán en casa quienes lo siguen de manera persistente, ya sea por causas ideológicas o por su aversión a la clase política que estuvo muchos años en el poder. Habrá otros más entre los silenciosos que no atreverán por ser beneficiarios directos de los programas sociales, adultos mayores o jóvenes comodinos que puntualmente reciben sus recursos económicos.
En todo caso, lo que debe entenderse es que en estricto rigor, la movilización de este domingo no es, como se pretende engañar, en contra del presidente López Obrador. Son otras las causas y su alcance es mucho mayor.
Tampoco la motivación es abanderar una defensa a ultranza de los organismos electorales. La inmensa mayoría está a favor de cambios, siempre y cuando no signifiquen una regresión y no tengan destinatario alguno.
Se trata, en esencia, de una oportunidad para que la ciudadanía pueda expresarse a favor de nuestra precaria democracia y en defensa de las instituciones que, como contrapeso, son indispensables en toda sociedad.
La propuesta de una eventual sustitución del Instituto Nacional Electoral y la desaparición de los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLE), entre ellos el Instituto Electoral del Estado de Puebla (IEE), ponen en riesgo la democracia, porque su intención es promover la centralidad y la hegemonía del Poder Ejecutivo.
Debe destacarse, además, que las movilizaciones previstas para hoy han sido también convocadas por más de 50 organizaciones de la sociedad civil. No es cualquier cosa.
Distintos grupos sociales han coincidido que el objetivo es defender la integridad del Instituto Nacional Electoral, ante la pretensión del gobierno de la 4T de vulnerarlo para su propio interés.
Por ello debe insistirse que no se trata, como maliciosamente se ha insinuado, de oponerse a rajatabla a las reformas que se plantean en materia electoral, a sabiendas de la necesidad de mejorar y actualizar muchas de sus normas, algunas ya caducas y otras francamente fuera de nuestra realidad.
Bueno hubiera sido que en ese afán de renovar, los legisladores hubieran incluido, por ejemplo, la posibilidad de una segunda vuelta, como se aplica en los países con democracias más depuradas.
O para incursionar en los tiempos modernos, que pudiera recurrirse al recurso del voto electrónico, lo que permitiría no sólo certeza y agilidad en los procesos de sufragio y recuento, sino además ahorros sustanciales en los costos de nuestro muy complejo sistema electoral.
Por desgracia, la discusión no va por ahí.
En el fondo, muchas de las reformas que Morena pretende afianzar tienen como sentido apropiarse de los órganos electorales y así perpetuarse en el poder. De ahí el reclamo ciudadano y de ahí también el malestar de López Obrador en contra de los que se oponen a su designio.
El presidente quisiera que su propuesta sea aprobada como ocurrió con el tema del presupuesto federal, sin moverle una sola coma. Pero sabe que en este caso no tiene los votos suficientes en ambas Cámaras y que, de ir juntos, los partidos opositores la podrán frenar.
De ahí su coraje que desahoga al proferir calificativos indignantes para un amplio segmento de la sociedad, que advierte riesgos a nuestra democracia.
En la ruta de la discusión de las reformas se han expuesto argumentos incontables; verdades algunas, medias verdades y mentiras la mayoría.
Morena insiste en que el INE debe recobrar credibilidad y terminar los fraudes, para garantizar elecciones limpias y equitativas.
Suena bien en el discurso, pero ¿de qué fraudes estamos hablando? ¿Qué no fue el INE el que organizó los comicios que le permitieron a AMLO llegar a la Presidencia, que los legisladores de Morena dominen las Cámaras y que ahora tengan la mayoría –con 22– de las gubernaturas, incluyendo la Ciudad de México?
El órgano electoral ha organizado 18 procesos electorales nacionales de 1991 a 2012 y partir de 2014, ya como INE, ha conducido más de 330 elecciones nacionales y locales. En ningún caso hay evidencias probadas de fraudes o manipulación de resultados.
Es innegable que hay temas en los que se podría estar de acuerdo en las propuestas, más allá de todo matiz político, como una eventual reducción en los costos de los procesos electorales, y hasta en el número de legisladores, siempre y cuando persista la representatividad. No obstante, lo que parece inadmisible es la pretensión de transformar al INE y al Tribunal Electoral con una clara intención de que su control pueda quedar en manos del poder oficial.
Por todo ello, las marchas de este domingo tienen un hondo significado. El sólo hecho acredita que hay el país una sociedad despierta y pendiente del acontecer nacional.
Lo cierto es que los manifestantes de manera legítima harán hoy uso de su derecho a disentir. Lo menos que se puede exigir es absoluto respeto a su libre ejercicio y reconocer el valor de la diversidad de opiniones. Los agravios en su contra son más que reprochables.
No había desde hace tiempo una movilización social de esta dimensión, no al menos desde 2004, cuando miles de mexicanos salieron a las calles para expresar su inconformidad a la inseguridad que entonces se recrudecía.
Para este domingo, las cifras son relevantes. Desde luego que importa cuántos mexicanos tomarán las calles hoy, pero la movilidad social no debería valorarse ni medirse necesariamente por el número de participantes.
Sean pocos o muchos miles, lo destacable es que aún persiste entre la ciudadanía el interés de salvaguardar el supremo valor de la democracia, siempre perfectible, para seguir transitando en un país de libertades, de igualdad y de libre ejercicio de nuestros derechos.