Como a muchos otros les habrá ocurrido, el día de mi cumpleaños debí celebrarlo esta vez de manera diferente.
Así fue, se entiende, porque estamos ante una contingencia inédita surgida tras la intrépida e inesperada incursión de un virus que ha puesto de cabeza al mundo entero.
Si bien hubo pastel y en pareja, así como muchos mensajes de afecto que agradecí como nunca antes, el festejo ahora se vio rigurosamente acotado por las reglas de un confinamiento necesario, tácitamente asumido ante los riesgos del entorno.
Eso es lo de menos, ya habrá tiempo, espero, para recuperar esos pequeños grandes momentos de la vida.
No obstante, este inusual contexto aunado a la conmemoración, por simple que pudiera ser, me condujo a mirar más allá de la pandemia.
Creo que esta etapa abre muchos espacios que obligan a la reflexión. Pienso ante todo que estos días son de valoración.
La primera, obligada, para darnos cuenta de la infinita vulnerabilidad humana. No somos –nunca lo fuimos- inmunes. Y menos, tampoco, eternos.
Bien dicen que la vida se va en un soplo y en esa premisa acaso tratamos de explicar que la fatalidad puede ocurrir de mil maneras y aunque a veces sea inesperada, llega casi siempre por causas comunes, absolutamente predecibles.
Eso sí, jamás creímos que el posible precursor de ese soplo fatal fuera un simple bicho, del que sabemos poco, acaso de su letalidad y de su fuerza expansiva.
Hoy ni siquiera hemos atinado a descubrir su verdadera procedencia. Mucho nos falta entonces para su aniquilamiento, aunque eso deberá ocurrir, confiamos que pronto. Entretanto, mientras unos luchan para eludirlo, otros se esmeran con ayuda de almas generosas para encontrar alivio, tras el infortunio de su invasión.
En ese escenario de supervivencia, que tiene mucho de misterio y muy poco certeza, la comprensión del fenómeno se hace mucho más compleja.
De ahí que en estos días predominen las dudas, el miedo, la incertidumbre. Pero hay otros trances, menos visibles, que ocurren también de manera colateral.
A la crisis sanitaria se añaden otras que no pueden ser soslayadas. De ahí la otra ponderación. En los días recientes, al menos en dos ocasiones han llamado a la puerta de mi casa para solicitar un apoyo. “Lo que sea, es para comer hoy”.
Otra persona, a la que aprecio, me busca para venderme una fotografía de un evento social de hace muchos meses. Entendí el mensaje.
Hay temor por la pandemia y la estamos afrontando de la mejor manera, pero también están cundiendo otras necesidades igualmente elementales, como el tener recursos para subsistir. Este otro mal también debe ser combatido y requiere también de expresiones reales de solidaridad.
Este otro propósito nos involucra a todos nosotros. Vamos todos en el mismo barco y nos esforzamos por llegar pronto al mismo puerto. Sanos y salvos. Juntos, es posible.